viernes, 28 de enero de 2011

ALMANEGRA O LA HIJA DEL BANDIDO II


Harto de las correrías del bandido Almanegra, el Gobernador del Río de la Plata, Don Pedro de Cevallos, dispuso combatirlo con todos los medios a su alcance.
Para los primeros días de enero de 1764 el propio Gobernador hizo un viaje a la ciudad de Santa Fe a fin de asegurar las defensas contra un posible ataque de los indios.
De regreso, la comitiva formada por Don Pedro, su sobrina María Luisa y veinticinco blandengues al mando del capitán Domingo Palomares fue dispersada por un violento temporal.
El caballo de Ceballos, un azulejo que al parecer había encontrado en el trayecto, se espantó entre los truenos y relampagos. A galope se internó por un tortuoso camino que se abría paso, entre la tupida maleza de espinas y zarzas.
Tras sus pasos fueron el capitán y la sobrina de Don Pedro.
Se perdieron en la oscuridad de la noche.
Mojados buscaron abrigo en un lóbrego caserón hasta el cual había llegado el caballo de Cevallos.
Según las crónicas, las puertas estaban abiertas y no había nadie en el lugar.
Palomares encendió unas velas y "...la débil luz dejó ver varios retratos de rostros hidalgos, lo que hizo suponer que estaban en lo que fuera el palacio de algún noble extinto"
Desde el piso superior, vieron descender como un espectro a una mujer joven. "Y es así V.E que, como una ilusión maravillosa, entre tanta obscuridad y viento, bajó hasta nostros una dama quien dijo ser la hija del Conde de Fuenteclara, llamada Magdalena Trabuco y Armendáriz, nacida en estas tierras y huérfana de madre."
En el relato del capitán de blandengues, que ha llegado hasta nosotros, se menciona el desconocimiento de Cevallos sobre la existencia de tal noble "...pues ni en España ni en estas tierras había oído de aquel Conde."
Interrogada la joven sobre el paradero del padre, ella informó que había partido hacía varios días, estimando que por la mañana estaría de regreso.
Don Pedro relató como aquel brioso corcel lo había conducido hasta el palacio, advirtiendo Magdalena que aquel caballo no era otro que el preferido de su padre, mayor razón para suponer que Don Jerónimo Trabuco estaría próximo a llegar.
Como aún llovía, ordenó a los criados preparar las habitaciones para albergar a la comitivia. Agradecido Don Pedro por la gentileza, invitó a la joven y a su padre a las celebraciones del natalicio del rey don Carlos III.
Esa misma noche, no bien se retiró la comitiva a descansar, reapareció en la casa Jerónimo Trabuco.

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