sábado, 14 de septiembre de 2013

JOSÉ GABRIEL BROCHERO, EL CURA GAUCHO



¡Hola, mis amigos!
Cualquiera que lea, o sea seguidor de mi blog, sabe (o puede darse cuenta), que lo religioso está ausente y si existen reflexiones acerca del tema, son fuertes críticas a la Iglesia Católica.
No quiero y no me interesa hacer un panegírico sobre los problemas de la fe, algo que –confieso- perdí muchos años atrás. No obstante, hago de la tolerancia y el respeto sobre el tema un auténtico dogma, porque entiendo que, la creencia (o la no creencia) de cada uno, debe ser plenamente permitida con la misma intensidad que aplicamos a la defensa de cualquier otro derecho fundamental de las personas.
Realizo esta breve reflexión, porque he elegido para mis nuevas entradas al cura Brochero.
Debo reconocer que, el interés por su figura, se ha visto profundizada con el proceso de su reciente beatificación por el Papa Bergoglio, pero aún recuerdo cuando a fines de los 70 o comienzos de los 80, el diario La Nación publicaba en su contratapa una serie de historias dibujadas sobre personajes de nuestro país. Una de aquellas historias estuvo dedicada a la figura de José Gabriel Brochero.
Su dimensión religiosa es lo que menos me interesa. A mi entender, lo que amplifica y realmente potencia la figura de Brochero es el desarrollo de su fuerte compromiso social, gestionando ante los poderes públicos la apertura de caminos, acequias, diques, estafetas postales y telégrafos. 
También supo cuestionar a legisladores cordobeses que “no se interesaban por el progreso de sus comprovincianos”, decía, al no promover leyes para que el tren llegara a estos poblados.
Brochero, además, tuvo un papel activo en la epidemia de cólera que afectó a la población de la provincia de Córdoba. Enfermó de lepra por compartir el mate junto a pacientes con esta enfermedad, quedó sordo y ciego. El Cura Brochero murió en 1914 y fue declarado venerable en febrero de 2004 por Juan Pablo II.
Brevemente recordaré que José Gabriel del Rosario Brochero nació un 16 de marzo de 1840 en el paraje Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, en el norte de Córdoba. El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote y desde 1869 se instaló en Villa del Tránsito, localidad de traslasierra que desde 1916 lleva su nombre.
La historia que aquí se contará, no pretende ceñirse al rigorismo auténtico de su vida. Es una versión libre de un personaje con una valiosa proyección social
Tomando como base su legendaria figura voy a efectuar las sucesivas entradas sobre el tema. 
Hasta pronto, como siempre.

sábado, 7 de septiembre de 2013

LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA: "¡VUELVO, VIEJOS CAMARADAS, CON EL CORAZÓN LEAL!"



Si, mi amigo. Estuve muy borrado este último tiempo. No anduve por la Internet ni merodeé la puerta del bar, ni los salones de la tanguería. La verdad es que estuve metido en baruyos hasta el caracú. El laburo, la orquesta, la doctorcita, algún que otro budincito por ahí y bueno, el tiempo se pasa… Pero como dice el gotán…vuelvo, viejos camaradas, con el corazón leal.
Mientras me morfo esta copa de frutiyas con crema santiyí le voy a ir batiendo algunas cosas que me han estado pasando y que asiduamente veo mientras yiro por la vida.
Fíjese, hay tipos a los cuales se le funde el balero tratando de encontrar la lógica en la conducta de las
mujeres. La verdad que, como tengo las cosas claras, el asunto me resbala como chorizo en fuente de loza; pero no dejo de reconocer que a más de un badulaque, la cuestión, le carcome la croqueta de forma contundente.
La salida de este laberinto siniestro, radica en conocer cómo piensan las féminas y sacarle a dicho conocimiento el jugo, igual que se exprime una mandarina.
Los otros días, después de darle al bagre, el mueble de lujo que me atraqué en la tanguería se puso a yorar como una Magdalena. En efecto, pasados aquellos apasionados y furibundos mimos que arroyadoramente nos envolvieron durante la larga noche, el budín se levantó, se puso un negliyé negro y empezó a caminar por la sapie, igual que lo hace una felina caliente. Como soy más fulminante que una saeta, casé al vuelo la tortiya que se venía y a mi sola mirada desembuchó que estaba embaruyada con otro ñato.
Al parecer, se trataba de un  ingeniero, el cual había puesto una buena distancia entre ambos al rajarse, al lejano mar de Curlandia, para ganarse la vida como laburante en una plataforma petrolera. Parece, que al tipo mal no le iba porque, mes a mes, yenaba sus bolsiyos de euros y dólares y para el pesar de mi cachorra, el susodicho, portaba en su mano el fatídico aniyo carcelero.
Por más que uno quisiese darle vuelta, se trataba de un caso típico de mujer que había dejado enroscarse la culebra y ahora no podía levantar la sabiola. Como no cortaba con el soyozo y, a decir verdad, la tramoya me importaba menos que un rabanito colorado, me fui hasta la cocina, busqué un sova de agua, le encajé dos aspirinas y me puse a mirar una película de Yames Bond. ¿A papá mono con bananas verdes? ¡Qué va! Fin del episodio. No se me movió ni un pelo. No se puede caer en la trampa del triángulo amoroso y de su eterna irresolución. En cambio, otro mangangá, en mi lugar, hubiera empezado a yenársele del balero de humo pensando en cómo podía manotearle el budín al yuyeta de Curlandia.
Verdaderamente, en esta santa cruzada que uno realiza por la vida, he visto a más de una leona como ésta convertirse en canaria enjaulada y a más de un ñato yevarse puesto una formación ferroviaria a todo vapor por meter la nariz donde no lo han llamado. Todo eyo, siempre es el lógico resultado de las estúpidas tramoyas triangulares que los adoradores de Cupido urden con santa paciencia y que, en los casos como el que nos ocupa, terminan al pegarle la brisca el golpe fatal al pobre diablo, es decir, cuando elige al insecto menos indicado.
Claro, después al breon amasijado empieza a zumbarle en el marote preguntas del siguiente calibre: ¿Cómo aquél se manya a ese bombón y yo no? ¿Por qué aquél se lastra la torta si yo hice los deberes mejor que Domingo Faustino Sarmiento? ¿Qué tiene aquél ñato que no tengo yo?
La verdad es que, cuando eso pasa, resulta más claro que el agua que el tirifilo se ha equivocado de cabo a rabo. Un tipo puede pensar que a la potranca le ha dado contención, que la ha escuchado, que le yevó el ramito de flores, que la sacó a pasear, que le compró una cartera en lo de Luis Vitón, en definitiva, que ha venido remando la situación igual que en una competencia de banco fijo y, por ende, todo lo que ha laburado debería ponerlo a la cabeza de las preferencias de la susodicha.
¡Nada más lejos! ¡Nada más lejos! En realidad, cuando la mersada se dedica a perder el tiempo con esas piojerías, retrocede casiyeros como si del juego de la oca se tratara. Porque con toda esa parafernalia de la comprensión y los regalos, el ñato que cree yegar a los quintos apurados, lo único que  está haciendo es rogarle mimos a las chuchis y esto, a las féminas, les cae como una auténtica patada en el estómago. Por eso, si hay algo que la muchachada debe tener en claro es que, en estas lides del fuego y la pasión, si uno quiere apuntar no hay que andar suplicando nada; se aprieta bien la cincha y a otra cosa.
Son muchos los años que yevo en el mercado y tengo muy buena visual para distinguir la fruta que se exhibe. Las pardas sólo posan su mirada en tipos que saben llevar las riendas. Buscan a los breones transgresores, que vamos y mordemos lo que se nos canta. En este grupo también está el ingeniero que, entre el aniyo, la distancia y los morlacos de Curlandia, hace comer a la palomita en la palma de su mano, inclusive a kilómetros de distancia. A las chuchis no les importan los alcornoques que se cuelgan de sus faldas y para saber si un fulano es un alfeñique de barro cocido, piensan las más variadas técnicas a fin de poner a prueba al incauto chichipío que cae en sus afiladas garras….

Lorenzo Mondiola


Laburar: Trabajar.
Frutiya: Fresa, frutilla.
Morfar: comer.
Balero: Cabeza.
Breon amasijazo: Hombre destruido.
Yuyeta: hombre, tipo.
Darle al bagre: fornicar.
Atracar: encarar, cortejar.
Sapie: Habitación, pieza
Chuchi: mujer atractiva.
Marote: cabeza.
Yirar: andar
Breon: hombre
Mersa: persona de baja estopa.
Manyar: comer.

miércoles, 17 de julio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 3era JORNADA. LA VENTA DE CRISTÓBAL DE ALMEIDA



La mañana se muestra esplendida. Largos días han insumido a los dos hombres alcanzar el codiciado destino. Luego de cruzar serranías, angosturas y cañadas, sortear arroyos y riachos advierten, en la distancia, las murallas de la Colonia del Sacramento, aljófar de Portugal en el Río de la Plata.
Días pasados han debido evadir varias partidas de soldados españoles que, misteriosamente, merodeaban en la zona.
Atizan los caballos y a galope trasponen los senderos de tierra rumbo a la ansiada ciudad. Diego da Albegaria respira a salvo. Sabe que, tras los baluartes de la villa, el feroz Lopes de Sequeira no podrá alcanzarlo. 
Figarelho, entona una alegre canción portuguesa en la que compara a las mujeres con el vino abocado de Madeira. El buen criado, lo acompaña desde que Albegaria se viera forzado a abandonar Lisboa ante los sicarios del Marqués de Pombal. A pesar que es zampón y estulto, siempre ha sido infinitamente leal siguiéndolo en cuanta empresa Don Diego resolviera embarcarse.
En Colonia del Sacramento, donde reinan los contrabandistas y el librecambio, debe  hallar a Eleazar Coelho, un comerciante de origen judío amigo de su padre y afincado en estas latitudes. Él le cambiará las esmeraldas que fueran robadas a Lopes de Sequeira.
Don Diego y Figarelho cruzan la fortificación a través del Portón de Campo y su puente levadizo, custodiados celosamente por las tropas del rey Joao. La villa, con sus casas y ranchos de piedra, se alza regia ante la mirada cansada de Albegaria y su sirviente. Recorren a pié la ciudad, buscando un lugar para hospedarse y conseguir nuevas monturas para sus caballos. Maravillados, en el puerto divisan los velámenes de bergantines y goletas de Inglaterra, de Francia, de Holanda, de Portugal. El trajín permanente de las gentes con sus criados, de las tropas del rey, de los indios que venden sus panes y mantas como de los zambos y mulatos ofreciendo comida al transeúnte, hacen de Colonia del Sacramento una plaza bulliciosa.
En la venta de Cristóbal da Almeida, los dos hombres, han encontrado techo y comida. Allí, también, han obtenido información sobre el destino de Eleazar Coelho. Más tarde marcharán a su casa a reunirse con él.
Los forasteros son atendidos por Estrella, una india al servicio de la venta. La joven escucha atenta el relato de los bandeirantes. El abandono de Sao Paulo, el escape de las garras charrúas, el encuentro con los esclavistas y la larga travesía que han debido encarar para arribar a esas tierras. Estrella memora que, en la ciudad y la campaña, corren historias extrañas sobre encantamientos y otros relatos extraordinarios. La leyenda de la india muerta Ulita, la bruja del río, el anillo de hierro, son algunos de los relatos que la moza comenta  a los viajeros. Albegaria, taciturno, contempla el lugar. Figarelho, sentado a una gran mesa rústica de jacarandá,  calma su sed con vino de Minho mientras conversa con la mujer y la hija del ventero.
Se escucha el redoble lejano del tambor de la guardia. Lentamente la villa se apaga. Un viento de fuerza extraña sopla sobre la ciudad. Albegaria golpea el hombro de su criado. Es hora de marchar a lo de Eleazar.

martes, 9 de julio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 2da JORNADA: EL GRITO EN LA NOCHE



Albegaria y Figarelho pasan la noche en la espesura del monte. Con artes aprendidas en la bandeira de Lopes de Sequeira, han capturado dos caballos que pastaban en el lugar. Los dos hombres se hallan sentados junto al fuego. Albegaria se muestra ansioso por llegar a la Colonia. Figarelho, torpe y voraz, devora la pechuga del  pato que cazaran para la cena. Únicamente se escucha el canto rechinante de los grillos y las cigarras.
Súbitamente un sollozo rompe el silencio nocturno.
Diego rápidamente apaga el fuego. Pueden ser los aguerridos charrúas merodeando por el lugar. En el apuro, el criado se ha atragantado con la comida y tose. Albegaria hace un suplicante ademán de silencio. Nuevamente retumba el grito. Figarelho se persigna y recuerda que esos baladros son propios de la Santa Compaña o peregrinación de las ánimas en pena. Lo sabe bien porque la ha visto en su Mirandela natal y hasta en el mismo Sao Paulo.
Otra vez el llanto brutal resuena. Don Diego, impávido, cree que es momento de averiguar qué sucede en la obscura floresta.
Mientras invoca la protección de San Moisés, el aterrado Figarelho sigue de cerca al bandeirante. Ambos, con extremo sigilo, se deslizan por el bosque. Preciso es descubrir el origen de aquellos alaridos que estremencen la noche.
Caminan un rato y en un claro próximo, advierten un fuego y más allá tres bandeirantes con un grupo de indios esclavizados. El grito desgarrador proviene de uno de los cautivos a quién sus apresadores están azotando.
Se requiere actuar con celeridad. Si Figarelho logra atraer al grupo, Albegaria liberará a los indios y luego irá en su ayuda.
El criado agita unos arbustos y dos bandeirantes resuelven investigar. Don Diego se desliza por uno de los flancos del campamento. Furtivamente, se escurre hasta los cautivos y, cuando se apresta a cortar los tientos de cuero que los oprimen, es descubierto por el esclavista. Entonces, Albegaria se contornea, gira, rueda hasta alcanzar un madero incandescente y, sin mediar palabra alguna, quema el rostro de su contrincante. El bandeirante grita, impreca, pide ayuda. Diego da Albegaria, en tanto, libera a los indios cautivos y va tras el tenaz Figarelho.
Uno de los esclavistas se ha internado en el monte convencido estar en presencia de una treta pergeñada por las tribus del lugar. El otro, ha regresado tras los gritos de auxilio provenientes del campamento. 
El precipitado Figarelho, en tanto, ha quedado atrapado entre unos punzantes arbustos y lucha por zafar de la inesperada trampa. Ha desgarrado su camisola, más no logra escapar de las espinosas ramas. Alcanzado por su perseguidor, clama lastimeramente por su vida. Dispuesto el bandeirante a terminar con ella, la certera intervención de Don Diego salva al criado del cruento final.
Derribado el esclavista infame, patrón y lacayo raudamente retornan al campamento. Montan sus caballos y a galope, en la noche densa, se pierden tras la esperanza de forjar una nueva vida.

sábado, 29 de junio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. JORNADA PRIMERA: EL RITO



El ulular feroz de los charrúas irrumpe en la noche profunda. Los dos hombres han sido amarrados al ceibo sagrado. Capturados al vadear las aguas del Vacacaí, arrastrados por días através de los frondosos valles y riachos que cruzan las colinas de Santa Ana,  fueron conducidos por la indiada hasta la sombría cañada donde se alza el añoso ceibo.
El viejo chamán invoca al Espíritu Protector y da inicio al rito de sacrificio de los cautivos. Diego da Albegaria, un bandeirante, guarda silencio. A su lado Figarelho, el criado, solloza.
Susurra el viento. El bosque se estremece cuando el brujo pronuncia las sacras palabras que dan inicio al rito. Figarelho, aterrado, cree escuchar voces del trasmundo. Con súbito furor el céfiro farfullo se convierte en bufido indómito. Árboles y yuyos se inclinan. El follaje del gran ceibo se agita incontrolable. Don Diego, impávido, aguarda que el brujo clave el cuchillo y cumpla el rito de arrancarle su corazón palpitante. El criado, por su parte, alza llorosamente plegarias al abad San Benito.
Mientras los charrúas claman la muerte de los cautivos, la noche parece obscurecerse aún más. El pálido rostro de Guidai, la luna, ya no se divisa. El chaman se detiene. Insta, de rodillas, al gran Espíritu. La furia de los elementos hace temblar a la indiada bravía y lentamente se acurruca sobre la cañada como si buscaran protección entre los unos y los otros.
El hechicero vocifera palabras incomprensibles para los dos portugueses. Estalla una tormenta. La lluvia cae copiosamente. El vendaval, irrefrenable, arranca arbustos y hojas. Entonces, es cuando un rayo fulgurante se precipita sobre el enorme ceibo partiéndolo por mitades y arrojando por los suelos a los cautivos desvanecidos. El rugido del trueno hace estremecer el lóbrego sitio. Los charrúas huyen pavorosos del lugar sin reparar en los dos prisioneros.
Pasan algunas horas y el aguacero se desvanece. Llega la alborada. Don Diego da Albegaria, el bandeirante, se recupera. Divisa en un pajonal próximo el cuerpo de su criado. ¡Está vivo! Intenta reanimarlo. Figarelho, recuperando lentamente el sentido, confunde a Don Diego con algún ser del inframundo o con algún santo al que habitualmente pide protección y se abalanza a los pies de su patrón. Albegaría procura calmarlo, explicándole que han sobrevivido a los indios, gracias a la providencial tormenta que se desatara por la noche.
Figarelho, abraza a Don Diego. Se persigna y cree que la salvación de ambos ha sido obra del espíritu benéfico de San Joao de la Cruz.
Albegaria encuentra, entre los restos del ceibo, la bolsa con esmeraldas que le robara al brutal Sequeira. En ella hay suficiente para iniciar una nueva vida. Advierte que están perdidos y sin caballos. Deberán caminar para encontrar la ruta que los conduzca a un sitio seguro. Desde que abandonaran Sao Paulo, escapando de la bandeira de Lopes de Sequeira, han seguido camino hacia el sur. Sin sus mapas, en su cautiverio, el bandeirante únicamente ha podido escudriñar el cielo nocturno y si bien sabe que la tribu mantuvo el rumbo hacia el sur, ahora siente que se hallan extraviados.
El extrovertido Figarelho teme por un eventual regreso de la tribu charrúa. Albegaria, medita sobre cuál es el mejor camino a seguir.  Avanzarán por la espesura y aguardaran a que la noche caiga. Con la ayuda de las estrellas, Don Diego piensa encontrar la ruta a la Colonia del Sacramento y así poder vender allí su valiosa carga de esmeraldas.

miércoles, 22 de mayo de 2013

LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA: LA DOCTORA SEGUROLA.



¿Cómo le va tanto tiempo? ¡Qué casualidad encontrarlo acá, en el Margot! La noche está un poco fresca ¿no? ¿Me deja sentarme? La verdad estoy laburando mucho y además, tres veces por semana, me junto con Los Infernales del Arrabal. Pronto vamos a desempolvar varios tangos que han caído en el olvido. El tiempo que me sobra lo destino a un nuevo levante que se me ha presentado. ¡Qué churro! ¿Vió mi amigo? Yo nunca estoy a la violeta…
Le anticipo que el tema de los tangos marcha viento en popa. Con la orquesta, en breve, vamos a tocar, justo en esta esquina: “Unión Cívica”, “Baruyo en Barra”, “Don Lisandro”, “El Socialista” y “Don Leandro”.Tangos viejos, olvidados, arrumbados en algún baúl, dedicados a políticos que hicieron historia en nuestro país. Lo chamuyamos bastante al asunto y, tanto el que habla como Suela, Chiquitín y el Beto Marconi, yegamos a la conclusión que, si le pasamos la esponja a la historia, nunca se podrá saber para qué lado va a rumbear el país. A mi no me va a venir ningún pelafustán a hacerme el verso con la historia, dármela vuelta como a una media y contármela como a él se le de la gana. ¡No señor! Por eso, exhumar estos tangos crioyos es una cuestión de suma importancia pa’ la orquesta. ¡Una cuestión de honor!.
Yo ya le voy a chiflar cuando toquemos y se viene a escucharnos.
Voy a cambiarlo de tema. El fin de semana pasado fui bailar al salón de la caye José Mármol. Exactamente…ahí conocí al budín que le dije. Yo me puse mi mejor pilcha porque tenía el pálpito que iba a levantarme a un verdadero monumento. Como el frío daba leña, me yevé el lengue, mi saconia azul, el lienzo a rayas y un chamberguito que uso cuando toco con los muchachos. Todo bien de bute. Pichón Sandoval, vino conmigo.
Yegamos y me puse a gotanear con una francesa gorda que estaba haciendo turismo acá en Buenos Aires. Como la gorda me reventó el juanete en dos oportunidades, cambié la pareja. Apareció, entonces, una colombiana oriunda de la ciudad de Cartagena. Yevaba la biaba del Caribe pero al tango lo bailaba como si de una cumbia o un merengue se tratara. Cansado, me acerqué a la barra a refrescar el garguero y esperar que mi suerte cambiara un poco. Yo tenía un gran pálpito para esa noche. Lo que chupé en la barra parecía pajarita y me quejé por la mala calidad del alcohol que estaban vendiendo. Buscando algún quesito para morfarme, pego la vuelta y veo a la diva. ¡Qué quesito ni ocho cuartos! ¡Era una churrasca fenomenal! La mina no gotaneaba, directamente forcejeaba con un ñato en el medio del salón. ¡Mama Santa! Un corte y una quebrada y se fueron al suelo. Ni lerdo ni perezoso me aproximé a ayudar al bombón, porque el badulaque que tenía a su lado no daba pié con bola.
La chuchi me contó que el mersa con el que bailoteaba largaba por la boca una espusa insoportable. Cuando el fulano la abría para decir alguna zoncera, era como si tuviera un muerto ahí adentro. La caída no había sido otra cosa que el producto de aquel tufo desagradable que brotaba del ocasional compañero.
Milongueamos toda la noche. Era un placer bailar con aquel budín. Parecía la Ñata Aurora por lo bien que gotaneba. Toda la noche al compás del dos por cuatro con aquel churro. Me contó que se yamaba Paulina Segurola, que era abogada, bailarina exótica, amateur en las lides del tango, maestra en ceremonial, sommelier, estudiante de japonés y no se cuantas cosas más. Estaban tocando “A media Luz”, cuando empezamos con algunos mimos. Como el asunto se estaba poniendo acalorado, nos corrimos hasta la barra. La cachorra, me dijo, que se sentía cansada, que la amiga con la que había venido al bailongo una hora atrás se había ido con un ñato sin rumbo conocido. Pispié el reloj y eran las cinco de la matina. Dije para mi: "Este budín es papita para el loro". Me di vuelta un segundo y la Doctora Segurola se había rajado. Lo único que quedaba era una estela de su agua de colonia y una serviyeta con un teléfono.
¿Ve mi amigo? Yo soy un ganador. Y todo ganador sabe que la mejor manera de levantarse a una potranca es hacer que eya lo gane a uno. Lo demás viene luego por agregación.
¡Qué tarde se hizo! Gracias por el feca. La próxima  le cuento el resto.

Lorenzo Mondiola.

GLOSARIO

Laburar: Trabajar
Estar a la violeta: estar desocupado.
Chamuyar: Hablar.
Pilcha: Ropa.
Bien de bute: De gran calidad.
Saconia: Saco.
Lienzo: Pantalón.
Chupar: Tomar
Pajarita: Brebaje hecho por los presos con alcohol medicinal y frutas maceradas en él.
Lengue: Pañuelo anudado al cuello generalmente de seda de color blanco, que llegó a ser prenda masculina característica de los orilleros.
Espusa: olor nauseabundo.
Budín: Mujer atractiva
Churrasca: Mujer atractiva.
Quesito: Mujer atractiva.
Potranca: Mujer atractiva.
Churro: Mujer atractiva.
Chuchi: Mujer atractiva.
Morfar: Comer.
Gotanear: Bailar el tango.
Ñata Aurora: bailarina legendaria de tango en sus orígenes.
Ñato: persona.
Mersa: persona de baja estopa.
Pelafustán: vago, indeseable.
Matina: Mañana.
Rajarse: irse.
Levante: seducir a una mujer.
Feca: café al revés.

lunes, 8 de abril de 2013

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA. FINAL



I

Es el 29 de enero de 1872. El calor del verano resulta insoportable. Felicitas vuelve de comprar varias artículos para su boda. Está radiante. Ligera, se dirige a la biblioteca en su casa de la calle Larga.
Anselmo, uno de los criados de Albina Casares, la está esperando. Trae una carta para ella.  Ingresa en la biblioteca y por unos instantes Felicitas duda. Finalmente, resuelve abrirla. La carta está fechada ese mismo día.
“Querida Felicitas: Por fin he ganado la partida. Por años me robaste el afecto de Ocampo. Muy pronto, él y yo, dejaremos Buenos Aires para refugiarnos en Europa. Fui yo quien retuvo la correspondencia que, Enrique, por semanas te envió desde Montevideo. Fui yo quien delató su presencia en La Postrera. Fui yo quien urdió y ensambló cada pedacito de la compleja trama que ahora nos envuelve. No obstante, este mundo es demasiado pequeño para las dos. No habré ganado la guerra, querida amiga, si aún  revoloteas como un cóndor sobre la carroña. Esta es mi despedida final. Albina”
Felicitas Guerrero no puede dar crédito a lo que lee. Profundamente amargada, se deja caer sobre un sillón.
Repentinamente, alguien entra en la sala. Es Enrique. La furia corre por sus venas y Felicitas sabe que está perdida.



II

Un carruaje negro espera sobre la entrada de la calle Larga. Cuatro caballos, del mismo color que el coche, tiran de él. Albina los ha elegido especialmente. Como si fueran hijos de Janto y Balio, espera con alcanzar velozmente la ruta de San Isidro, después que Enrique mate a Felicitas. Cometido el crimen, Ocampo, deberá abrirse paso hasta el carruaje. Ambos huirán para siempre. Allí, en San Isidro, los aguardan para embarcar rumbo a Colonia del Sacramento y luego a Europa.
Albina está nerviosa. Con fanática paciencia ha urdido el arriesgado plan. Teme que la viuda de Guerrero no lea su carta.
Ocampo, exaltado como siempre, ha descendido del carruaje rumbo a la gran casona. Sabe que Felicitas está en ella pues la ha visto llegar, justo, un rato antes.
El calor se torna cada vez más agobiante.  En la biblioteca Felicitas Guerrero lee angustiosamente la carta que Albina le enviara. ¡Enrique jamás la había olvidado! Su antigua amiga, la querida Albina, en realidad, era su feroz rival. Apesadumbrada, se ha dejado caer en uno de los sillones. Abruptamente, la puerta de la sala se abre. Es Ocampo. Su rostro esta desfigurado por la ira y ha venido a cumplir la venganza de Albina. Felicitas procura explicar lo ocurrido. Agita la carta. Implora el perdón de Enrique. Todo cuanto hace o dice enfurece más a Ocampo. Desesperada, intenta escapar de la sala. Enrique saca un arma de su bolsillo y dispara. Felicitas cae mortalmente herida.
Enrique, atribulado, se dispone a huir. Violentamente irrumpen en el lugar, atraídos por el disparo, Cristian Demaría y el padre de Felicitas. Hay un forcejeo. Todo sucede en cuestión de minutos. Demaria toma su arma y le apunta a Ocampo. Enrique cae fulminado.
Una congoja inmensa invade la casa. Felicitas ha sido llevada a su habitación. Agoniza. Albina se ha deslizado por el lugar y recoge la carta que enviara a Felicitas. Los Guerrero levantan el cadáver de Enrique. Lo arrojan dentro del carruaje negro, ubicado sobre la calle Larga, y ordenan al cochero llevarlo al domicilio de su familia.

III
Son las diez de la noche del 29 de enero de 1872. El calor no afloja. El Dr. Modestino Pizarro ha revisado a Felicitas. La bala le ha perforado el pulmón derecho. Sabe que el fin de la joven está próximo. En su agonía Felicitas no cesa de preguntar por Enrique. Todos lloran. Finalmente, la vida de la Novia del Estanciero se extingue, entre espasmos, en las primeras horas del 30 de Enero de 1872.

IV

El día del entierro, la carroza fúnebre que llevaba a la familia de Felicitas Guerrero se cruza con la de la familia de Ocampo en la entrada del Cementerio de la Recoleta, donde hoy yacen ambos.

Sobre el hecho, dijo en su momento el Diario La Nación “El crimen de Barracas va a modificar notablemente nuestras costumbres sociales, y a producir una revolución en los salones. Deploramos el fin trágico de esa distinguida y virtuosa señora, víctima del furor de un hombre enamorado.”

Luego de los hechos, los padres de Felicitas, decidieron construir una iglesia en su honor en el mismo lugar en donde ésta había fallecido. Según el mito popular, el alma en pena de la viuda de Álzaga recorre la Iglesia llorando su trágica muerte, siendo uno de los célebres “fantasmas de Buenos Aires”.

Albina Casares escribió, muchos años después, unas supuestas cartas dirigidas al Sr. De Treville que vivía en París, en la cual narra los hechos y  que han sido la base del presente relato. Murió vieja y loca, internada en un hospicio de la ciudad de La Plata, vociferando el nombre de Enrique Ocampo.

martes, 2 de abril de 2013

LAS CORRERIAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA. EL PRIMER TIRO DE LAZO


“Sombras del ayer,
con su tristeza de canción
siempre me dirán: Marión...”

¿Cómo le va tanto tiempo? No lo veo desde antes de Navidad. Me fui a Mar del Plata, de vacaciones. Ayá, Chiquitín Biaggio, tiene una casa por la zona de La Perla. Como él andaba por esos pagos, para ayí fuimos Beto Marconi, Pichón Sandoval y yo. Un poco de playa, algo de casino y mucha boite, eso si.
No. No vinieron ni Rita, ni Eugenia ni Marión ni Jimena. ¡Eso ni se pregunta mi amigo! ¿Qué es de la vida de Marión? No lo se. Eso ya pasó. Como recordará, después de la partida de cartas a la que fui con el Gordo Cascarria, al pibón lo paré en la caye, dispuesto a jugarme el todo por el todo.
Mire amigazo, las minas y los tipos somos animales distintos, tal es así que hasta pareciera que chamuyamos de manera diferente, como si estuviéramos en otra frecuencia. Las minas y los tipos pensamos de manera desigual.  Si, ya se que se cae de maduro y que no descubrí América pero, atenti, porque para, hacerle el tren a una mina, hay que junar muy bien y con calma el asunto de la diferencia. Para muchos pelafustanes, una mujer, es como bailar una milonga. Puede resultar bárbara y divertida pero ni jota entienden del asunto.  
La clave del levante está en tayarse en el bocho que tanto las minas como los tipos pensamos, sentimos y deseamos cosas diferentes. A partir de ahí, por agregación, viene todo lo demás, que luego le iré explicando en detaye.
Cuando la atajé a Marión, ayá en la caye Méjico, le dije que había perdido la biyetera en su bulín. La paica estaba a la defensiva. Me sacó escarpiendo con un seco y rotundo “No encontré nada”. A otro tipo, ese tono de voz, le hubiera hecho fruncir el siete y habría rajado de ahí como rata por tirante. Usted sabe, mi amigo, que no me falta iniciativa y arrojo; entonces, sin perder un minuto, agrandé la parada metiendo labia. Usted sabe que, para chamuyar a una mina, dispongo de verbo encendido. Ahí nomás, me acordé aqueyo que el Gordo Cascarria contó la noche anterior. Marión tenía un puesto de artesanías en Plaza Francia. La brisca hacía –hace- chucherías con alambres: yaveros, pendientes, aros, sahumerios. Biyouterí, quien dice. Entonces, le sampé que, en la biyetera extraviada, tenía dinero para comprar unos aretes destinados a una tía viejita. Afirmé que, la pelpera, estaba entre los almohadones del siyón. Me dijo Marión que podía ayudarme porque se dedicaba a fabricar esas cosas. Era evidente que la piba había  bajado la guardia. Tal es así que, me pidió que subiera al bulín para mostrarme la biyouterí y revisar el siyón a ver si aparecía mi biyetera. Fue, entonces, que exclamé para mis adentros: “El chivo cayó en el lazo”.
Ese simple y senciyo hecho me permitió hacerle bien el tren a Marión. El levante, el atraco, el arrime del bochín o como quiera Usted yamarlo tiene su estrategia y sus reglas. Sólo hay que saber emplearlas.
Con Marión pasé momentos para el recuerdo. Lo que vino después fue de locos. Las  relaciones de pareja cambian en un santiamén.
Una noche, mientras le estaba dando al bagre, cayó el Sardina Ríos. Quería tirar la puerta a patadas. Así, como estaba, me tuve que meter en el baño y esconderme detrás de la cortina de la bañera. Oía que el fulano increpaba a Marión. Gritos por allá. Gritos por acá. Puñetazos en la puerta. Quería que le cantara el nombre del que andaba con eya. Marión no se hizo  cargo de nada. Es más, ante la indigna sospecha, se puso a yorar. El ambiente estaba muy caldeado. Como el Sardina no se iba y quería entrar a donde yo estaba, opté por salir por la venta del baño. Sólo pude recuperar mis pantalones y los zapatos. Mi camisa y el saco, Marión, los tiró por la ventana de la habitación. Bajé como un pude desde el tercer piso, colgándome. ¡Como un mono! Diga que era de noche, tarde y todo el mundo apoliyaba, porque podían haberme tomado por un chorro. Paré un taxi. Dije que me habían afanado y el conductor, piadoso, me yevó hasta mi casa, en Boedo, sin cobrarme un peso.
Otra vuelta, la discusión fue conmigo. Marión gritaba como una desaforada y la ventana del patio estaba abierta. Alguien yamó a la policía. El tema es que dos botones aparecieron en la puerta del bulín preguntando qué ocurría porque los vecinos del edificio se habían quejado del griterío.
Lo más interesante era que el Sardina Ríos me pisaba los talones. Ahí había un serio problema. El tipo desconfiaba algo, me daba cuenta.
Una noche me atajó en el Café Margot y me dijo que tenía firmes sospechas sobre la existencia de un festejante de Marión. Los ojos de Ríos parecían dos brasas ardientes. A los empujones me metió en un coche y fuimos a la calle Méjico. Yo veía que el Sardina y yo nos íbamos, esa noche, a las manos. El aire se cortaba con un cuchiyo. No le digo que, al yegar, vimos muy acaramelados a Marión y a un muchacho. ¡Me quedé duro! 
El mersa que estaba ahí, a los besos y caricias con la mina, resultó ser un artesano de Plaza Francia. El Sardina se trenzó a los tortazos con el palurdo, quien a los pocos minutos salió corriendo, perdiéndose en la oscuridad de la caye.
Por mi parte, me volví silbando bajito, recordando los besos de Marión y pensando qué me depararía la Diosa Suerte el próximo fin de semana. 







Glosario.

Pibón: mujer muy atractiva.
Chamuyamos: hablamos.
Atenti: Atención.
Junar: mirar, conocer
Bulín: Piso, departamento.
Paica: Muchacha
Fruncir el siete;Asustarse.
Rajado de ahí: Escapado del lugar
agrandar la parada: Elevar la apuesta en un juego de naipes
Labia: vocabulario, aptitud para hablar mucho y bien.
Brisca: mujer
Sampar: decir
Pelpera: Billetera.
Hacerle el tren: seducir.
Levante: conquista.
Darle al bagre: Fornicar.
Apoliyar: dormir.
Chorro: ladrón.
Afanar: Robar
Botón: Agente policial.

martes, 12 de febrero de 2013

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (14va Parte)


Albina ha querido corroborar los efectos del hechizo que urdiera en la siniestra misión de San Lázaro. Para ello, Ocampo ha sido advertido que, Felicitas Guerrero, concurrirá esa misma tarde a la casa de su amiga. Allí tendrá la oportunidad que tanto ha deseado para hablarle.
La campana de San Ignacio marca las cinco. Unos pocos minutos después, el carruaje de Felicitas arriba. Todo se está dando tal cual Albina lo ha planeado. Sólo falta que llegue el impetuoso Ocampo.
Ambas amigas se saludan con el afecto, el cariño y cordialidad de siempre, pero Albina sabe que ya no hay marcha atrás. Siente que, en su interior, libremente fluyen la sangre de Tisifone, Alecto y Megera, hijas de la Noche nacidas para expiar el perjurio de los mortales.
Traición, alevosía, pecado, todo ello representa la viuda de Guerrero para la incontenible Albina. Es que Felicitas le ha robado todo lo que  ambicionaba en el mundo. Por años, le arrebató el amor de Enrique, los días de dicha, las noches de pasión, los ratos de lujuria. Todo le fue sustraído por su desleal amiga. Finalmente, ha sonado la hora de humillarla y asestarle la estocada final.
Llaman a la puerta. ¡Es Ocampo! El bravío amante no ha faltado a la cita. Felicitas empalidece al verlo entrar. Enrique irrumpe en el lugar como si el mismísimo Mefistófeles llevara su alma poseída. Desconcertada por la presencia del hombre que, para olvidarla, marchara a pelear junto a López Jordán, se mantiene impávida en la sala.
Busca con su mirada a la dueña de la casa pero está sola frente a Ocampo. Albina se ha retirado y a una señal de ésta, toda la servidumbre también ha desaparecido.
Enrique cae a sus pies. Suplica, implora. Ocampo quiere recuperarla. Le propone abandonar Buenos Aires definitivamente. París o Londres serán sus destinos. Está dispuesto a dejarlo todo. Sólo pide que Felicitas resigne su crueldad para con él. Con tribulación, recuerda las veces que le escribiera desde Montevideo sin tener una sola respuesta de su parte. Felicitas niega categóricamente los hechos. Desde que Enrique abandonara La Postrera jamás recibió carta suya. Ocampo insiste. Él le ha escrito siempre. No cree que la totalidad de la correspondencia se hubiera extraviado. Felicitas le indica que, igualmente, ya es tarde para volver al pasado. Ella habrá de casarse con Samuel Sáenz Valiente. Es la novia del estanciero y su amor por Enrique ya no existe. Ocampo quiere besarla. Felicitas lo golpea, en la cara, con una fusta. Nunca más volverá a verla, prohibiéndole además acercase a ella. Tormentosa, la novia del estanciero, abandona la casa de su amiga, reprochándole la emboscada.
Albina Casares, que ha presenciado todo desde una sala contigua, siente que ahora ha triunfado. Ayuda a Ocampo a curar su herida. Enrique ruge por un desquite. Cree que sólo ha sido un autómata sujeto a los caprichos de Felicitas. Albina lo besa. Le promete que ella misma lo auxiliará en la empresa. Enrique, desconcertado, se refugia en los brazos de la mujer.