viernes, 28 de enero de 2011

ALMANEGRA O LA HIJA DEL BANDIDO I


A finales del año pasado tuve la oportunidad de visitar la biblioteca popular de San Isidro, una de las más antiguas del país. Cuenta con un importante fondo bibliográfico, destacándose diversos libros dedicados a la historia del partido y la ciudad.
Examinando los mismos, me detuve en una historia singular.
En San Isidro, a mediados del siglo XVIII, existió un famoso bandolero que asolaba la campiña de los llamados Montes Grandes: el hoy olvidado Jerónimo Trabuco, más conocido en su época como Almanegra.
Era hijo de un acaudalado comerciante español de Guadalcázar (Córdoba-Andalucía), venido junto a su familia al Río de la Plata en 1710.
Aquí, Don Luis Trabuco, quien decía ostentar el dudoso título de Conde de Fuenteclara, se instaló en el actual partido de San Isidro, levantando un vasto caserón provisto de múltiples pasajes subterráneos, que desembocando en el río, estaban destinados al depósito de mercadería o a servir de escape ante la presencia de algún aguerrido y amenazante malón.
Don Luis acrecentó su fortuna gracias al contrabando con comerciantes portugueses que surcaban el Río de la Plata. En ese ambiente tráfico ilícito y comercio prohibido creció Jerónimo.
A los 16 años, a consecuencia de la muerte de su padre, se hizo cargo de las actividades mercantiles de éste así como del oscuro título nobiliario. Se desconocen las razones que lo llevaron, algunos años después, a capitanear aquella banda de forajidos que, por mucho tiempo, azotó el camino de San Isidro.
La leyenda cuenta que Almanegra fue la mefistofélica encarnación de demonios aborígenes invocados por algún chaman indígena deseoso de combatir a las autoridades coloniales.
Una explicación racional lleva a suponer que Jerónimo Trabuco prefirió saquear carretas y otros embarques, al amparo de otra identidad, al resultarle más provechosas las ganancias del robo y el saqueo, que el propio contrabando.
Las primeras incursiones de Almanegra datan de 1745.
A lo largo de los años sus fechorías consitieron en el asalto de viajeros, caudales reales, ganado, carretas y otros delitos de importancia como el asesinato. Llegó a contar con alredor de quince bandoleros y salvo sus compañeros, nadie conocía, su real identidad. Jamás habían visto su cara. En los últimos años sólo se lo reconocía por montar un caballo azulejo, al que Trabuco llamaba Diablo.
Sin embargo, hacia 1764 la suerte de Jerónimo Trabuco cambió radicalmente. En el hecho tuvo que ver su hija, en una historia de por si curiosa y con ribetes extraños, que seguidamente pasaré a relatar.

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