jueves, 27 de diciembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (13va Parte)


 
Cae la noche sobre la pampa inhóspita. En la distancia, se recorta la silueta de un jinete. Albina Casares cabalga en su alazán con la mirada perdida en el horizonte. Aún no ha podido olvidar los sucesos del palacio Miró. ¿Cómo, Enrique, mantiene esa loca devoción por Felicitas Guerrero? ¿Qué lo impulsa a seguirla con enfermiza pasión? No puede entender los melindrosos sentimientos del hombre que ella ama desde siempre. Infructuosamente, ha intentado borrar la fatídica escena donde Ocampo, después de los golpes recibidos aquella noche, en la calle y entre sus propios brazos, llamaba en su delirio a la viuda de Álzaga.
Dispuesta a ganar la partida y aprovechando el último viaje de Felicitas a “La Postrera”, se ha sumado a éste con la idea de pedir ayuda a Ña Cupí, una vieja curandera india que vive en las proximidades de la estancia. 
Albina, con su caballo, se ha internado por el camino que la bruja le indicara. Más allá del río Salado, donde el graznido del chimango se pierde y el ulular de la lechuza reina, se alzan las ruinas de la vieja misión de San Lázaro. Allí deberá llegar y a media noche efectuar el sortilegio que sanará el corazón de Enrique Ocampo. En el derruido solar, subsisten las tumbas de los jesuitas licenciosos, quienes siglos atrás sucumbieron al placer con las indias tehuelches. Entre ellas, verdea una mágica hierba que extinguirá en Ocampo la pasión por Felicitas con solo pronunciar unas palabras al momento de arrancarla.
La luna, por algunos instantes, se esconde entre nubes amenazadoras. Albina, decidida, sigue su marcha.
Los ruidos se adueñan de la noche. Su alazán relincha.
Albina Casares atraviesa un bosque y más allá vislumbra la antigua reducción. Ha llegado al sitio que Ña Cupí le indicara. Es un lugar tétrico, solitario, misterioso. Observa la torre y su campana, vestigio de lo que otrora fue la magnífica misión. Recorre el claustro derruido y a su paso trémulo aparecen, poco a poco, las antiguas lápidas. Allí, en ese escenario, donde reinan el miedo y el espanto, debe ejecutar el extraño hechizo de amor. 
Con la ayuda de un farol, recorre los sepulcros buscando la planta milagrosa. Intempestivamente, la vieja campana de la misión marca la medianoche. El pánico invade a Albina. Llena de pavor, cae de rodillas y reza. Es el momento en que los espíritus de los misioneros jesuitas brotan de las tumbas, encendiéndose en sus pechos el fuego de sus viejas pasiones.
Los espectros rodean a la sombra de fray Ordóñez, último prior de la misión, con la idea de divertirse seduciendo a la titubeante Albina. Incubos y súcubos recorren como perros cimarrones el claustro y las tumbas. Despojándose de sus harapientos hábitos, decenas de espectros, encabezados por Ordóñez, rodean a la desesperada visitante
Albina cree que la vida la abandona. Alza plegarias, suplica, llora, pero siente que sus fuerzas irremediablemente la dejan. Ha llegado el momento de sucumbir al llamado de las infernales criaturas. Los fantasmas de los sacerdotes libertinos bailan una danza horrible y desconcertada con la esperanza de concretar la posesión de Albina. La sombra del prior la toma entre sus brazos, mientas ella, con un último aliento, arranca de una de las tumbas la planta mágica. Horrorizada y con la hierba en la mano, pronuncia las sibilinas palabras que Ña Cupí ordenara.

“De aquel corazón ingrato,

a la dueña de su amor

para siempre arrebato”

Al oírlas, los espectros regresan súbitamente a sus tumbas. Albina, asustada, monta en su alazán y se pierde en la densidad de la noche, con la idea de haber, finalmente, extinguido en Ocampo el amor por Felicitas Guerrero.

domingo, 23 de diciembre de 2012

domingo, 16 de diciembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (12va parte)


El palacio Miró brilla en la noche porteña. A la fiesta, que en él se celebra, ha sido invitada la alta sociedad de Buenos Aires. Afuera, varios trabajadores de la zona, humildemente vestidos, observan la llegada de los invitados. En un conmovedor contraste, los asistentes descienden de sus carruajes ricamente ataviados, mientras los hombres de labor, en silencio, vislumbran esa vida de lujos, ocio y esplendor que llevan aquellos distantes aristócratas.
Albina Casares, que ha sido invitada a la gran fiesta, espera anhelante la llegada de Felicitas Guerrero. Sabe que su amiga entrará del brazo de su prometido, el estanciero Samuel Sáenz Valiente. Esta noche, Albina también confía en desengañar a Ocampo para siempre. En múltiples ocasiones ha soñado con el instante en que, Enrique y ella, pudieran amarse sin ataduras, sin el amargo valladar que le ha impuesto Felicitas todos estos largos años.
Ansiosa, Albina se ha refugiado en un saloncito del palacio. Se recuesta en un sillón de paño azul y se entrega, libre, a sus pensamientos. La pequeña orquesta, instalada en el salón principal, ejecuta una extraña melodía que acompaña sus fantasías. Sabe que esa noche dará el tiro de gracia a Ocampo. Se reconoce cruel, pero la convicción de alcanzar un esplendido futuro para ambos la lleva a tomar decisiones enérgicas.
Mientras la noche transcurre, Enrique Ocampo, enfundado en su mejor traje de gala, permanece en afuera del palacio Miró a la espera de la señal convenida. Cuando Felicitas haga su entrada, Albina agitará un blanco pañuelo desde lo alto del mirador. Enrique se impacienta. Observa su reloj de bolsillo. Hace más de media hora que espera. No ha vuelto a ver a Felicitas desde que abandonó La Postrera, entre las balas de la policía rural. Amargamente, recuerda la muerte de su leal Tadeo. Por un instante, piensa en dejarlo todo y volver con la parda Gulnara. Suficiente agua ha corrido bajo el puente y amilanarse, ahora, sería incalificable. Ocampo se recuesta en un árbol, rememorando las peripecias por las que ha pasado. Batallas junto a López Jordán, el escape en “La Sirena”, la huída de La Postrera, la muerte de Tadeo, el duelo con el Carancho, la fuga a Montevideo…
Mientras Ocampo se pierde en los recuerdos, un rumor recorre el palacio Miró. Han llegado Felicitas y Sáenz Valiente. Albina, desde el mirador del palacio, agita su pañuelo. Enrique sale de su abstracción y se encamina a la fiesta.
Dentro del magnífico palacio, trata de pasar desapercibido. Por fin, ve a Felicitas y cuando resuelve  encaminarse hacia ella, Albina lo detiene. Debe esperar una mejor ocasión para enfrentarla. Ella le ruega, le implora. La fiesta durará el tiempo suficiente para encontrar el momento oportuno y ajustar cuentas con la altiva viuda.
Ahora, es mejor permanecer en el saloncito a la espera del instante adecuado.
Alguien a Felicitas le ha comentado la presencia de Enrique en el lugar. Ella no lo ha visto. Se pregunta si Ocampo ya se ha marchado, aunque por su carácter impetuoso duda de tal decisión. Sus antiguos sentimientos se han disipado y no busca un escándalo con el apasionado Enrique.
Cristian Demaría, uno de los invitados, propone un brindis. Todos levantan la copa. Ocampo, como si fuera un fantasma, irrumpe entre los presentes alzando una copa con champagne.  “Brindo por Felicitas la mujer más hermosa de la República”, exclama. Repentinamente, Saénz Valiente reacciona al grito de “¡Esa mujer es mía!” y con un golpe de puño derriba a Enrique. Sorprendido, Ocampo, golpea a su vez al estanciero una, dos, tres, cuatro veces. Saénz Valiente cae. Felicitas intenta separarlos. Los presentes socorren a Samuel,  mientras la servidumbre apalea a Enrique para luego arrojarlo sin sentido a la calle. Albina, que ha visto toda la escena, cae desmayada en el saloncito contiguo.  

viernes, 7 de diciembre de 2012

LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA: MARIÓN


 

De nuevo, el dueño de esta página, me ha cedido un lugarcito para que escriba. Me pidió que me exprese libremente, como cuando hablo en el horario del almuerzo. Me siento muy contento con esta posibilidad de manifestar mis pensamientos a través de la Internet.


¿Sabe? Ayer tuvimos que salir rajando del laburo por el avance de una nube tóxica sobre la ciudad. Sí, mi amigo, lo que le digo: una niebla ponzoñoza. Increíble.
La verdad que, como venía la mano, el día apuntaba a ser un chicle. Acostumbrado a yegar temprano al laburo y pegarle hasta las siete de la tarde, a las once de la matina ya estábamos todos en la caye por esto del efluvio malsano. Sin mucha vuelta, decidí regresarme para Boedo. Antes iba a pasar por lo de Suela Royero a buscar unas partituras para el fin de semana porque vamos a tocar en Aveyaneda.
Entré a pataquear y la verdad que todo cambió en un santiamén. Mientras enfilaba para mi casa, me topé con Marión. ¡Que churrasca! ¡Que pibón! Estaba ahí, a los pies del Barolo, atontada por el miasma venenoso y la yuvia insoportable que molestó todo el día. No dudé en lanzar el garfio y arrimarme al budín…
¡Marión! Una mina cargada de historia; y como siempre digo, quien deja de lado la historia de las minas desconoce cual puede ser su futuro y el de éstas. Sucede que, en el mundo contemporáneo, hay muchos pelandrunes que ésto no lo entienden y la pifian de dos en dos. Ya le contaré, en otro momento, qué quiere decir este pensamiento, que es casi un dogma en mi vida. Por lo pronto, mi amigo, conténtese con lo que voy a ir  chusmeteando de este budín porteño.
A Marión, la conocí cuando ella vivía en un bulín de la caye Méjico. Ayí fuimos a parar una noche, el Gordo Cascarria y yo. Había una partida de truco. Me caí sentado cuando la piba abrió la puerta. Nunca voy olvidarme de esa noche. El Gordo, yo, Marión, Sardina Ríos (en ese momento el festejante de la mina), Ñaña Sebastiani y tres bagayos amigas de Marión: Gloria Díaz, Irene Fastucca y una que se hacía yamar Estéfani no se cuanto.
Empezamos la partida de truco. Sardina y Ñaña era una pareja, el Gordo y yo la otra. Marión y las tres desgracias miraban la televisión. Cuando yegamos ya se sentía el ambiente medio cargado. A la hora de haber comenzado a timbear, cayó el muchacho de la pizzería trayendo empanadas y una boteya de tintacho. Marión bajó a buscar el morfi. ¡Como borneaba la mina! Yo no quería desconcentrarme en el juego ya que había guita de por medio. Siguió la partida. Atento que Sardina ni se mosqueó en bajar y garpar el pedido, Marión estayó en gritos. Se la hago corta: la timba terminó abruptamente, con las cartas por la ventana, las empanadas en el piso, dos vasos rotos y nosotros cuatro fugándonos como pudimos.
Como a mi la mina me había quedado en entre ceja y ceja, al día siguiente volví a la caye Méjico y me quedé ahí parado, en la otra vereda, a ver si la veía. ¿No le digo que, después de una hora y media de esperar, apareció el budín de Marión caminando por la caye? Ni lerdo ni perezoso, crucé de vereda y me planté ante la fémina, ahí mismo. Estaba dispuesto a terciarle el budín a Sardina Ríos, como al loco Cepeda le quitaron la rubia Mireya. Todo con mi estilo, claro.
Debo confesarle, mi amigo, que en esto de lanzar el garfio siempre hay que andar con el ego en baja y la autoestima en alza. A este principio rector, la mersada, mucho no lo caza. Es –como digo siempre- una cuestión de actitud. Soy de los que piensan que el hábito hace al monje y no me refiero solamente a la pilcha, cuestión importante si la hay. Cuando digo que “el hábito hace al monje”, me refiero, además, a las actitudes que cada uno asume y los resultados que éstas producen. Vea mi amigo: si uno habitualmente es un palurdo que anda suelto por la vida, el resultado de sus actos será “X”. Si normalmente es un abocado, el resultado “B” y si es un otario la consecuencia de su acto será “Z”. Esto, también rige al momento de arrimar el bochín.
Un caburé, como el suscrito, tiene siempre estilo e iniciativa. Me asumo un cacho provocador, un cacho vanidoso, necesariamente valentón, con ademán afectado, según el caso, y nunca me falta la vestimenta de prima.
Cuando me vio Maríón se hizo la que no me conocía. Recordándole que había estado la noche anterior con el Gordo Cascarria, le mencioné que había perdido mi biyetera en el depto. Mi amigo, hoy no le voy a entrar a dar detayes de la conversación con la fémina. Le digo, simplemente, que poco a poco su desconfianza inicial se frenó y al rato subimos juntos al bulín. ¿Cómo yegué acá? Ah si… le conté que a Marión me la encontré en la caye. Lo que pasó ayer y lo que ocurrió ayá arriba, en el bulo, se lo voy a vatir la próxima vuelta, cuando Ud. y yo nos juntemos a tomar un feca.

martes, 20 de noviembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (11va parte)

La luz de la tarde se cuela por las rendijas de una ventana. Un débil resplandor ilumina el escuálido cuchitril. Allí, los cuerpos de un hombre y una mujer yacen sobre un desprolijo camastro. Desnudos, desparramados, húmedos, entrelazados...
Una botella de ajenjo rueda en el piso.
El sudor y la absenta se combinan en ese ambiente pesado y soporífero.
Una de las pupilas entra en la habitación buscando la jarra del agua y sale sin cerrar la puerta. Vocifera, se ríe. Ocampo se levanta dando torpes pasos. La cabeza le retumba. Esa tarde el ruido del burdel le molesta. Gulnara, la prostituta que conociera en la calle Camacuá, se despereza sin ganas. Lo reclama. Enrique se vuelve hacia ella. La acaricia, besa su cuerpo trigueño de hembra joven. Desde la pasada Noche de San Juan, vive con esa parda en el cuartucho del lupanar. Cinco largos meses han pasado desde que se ganara con los naipes el derecho a convivir con ella.
Ocampo, sin dinero y sin noticias de Felicitas, se ha entregado al juego. En aquellas noches que la parda Gulnara sale a recorrer el Bajo de Montevideo, él concurre a los selectos lenocinios que regentean el Tuerto Roullier y Esculapia Aguirre. Allí, interviene en partidas de tric-trac, whist y d´écarté, las que generalmente se extienden hasta el primer albor del día. En ellas, Enrique, apuesta, juega, pierde, gana. La diosa Fortuna le permite llegar con lo justo para mantener a su hembra. Una cadenita de plata, un brazalete de oro y un mantón rojo con flores bordadas, son sólo algunos obsequios que ha conseguido para su parda. 
Enrique Ocampo se ha vuelto a recostar en la desvencijada catrera.... Piensa, recuerda, añora... Con su mano izquierda, juguetea con el pelo ensortijado de Gulnara. 
La sensual parda le propone abandonar Montevideo. Sobresaltada, le confiesa que, dos noches atrás, ha soñado con la presencia de una mujer torva, oscura, siniestra. Si miramientos, aquella espectral figura lo arrojaba a un pantano sin orillas, donde el lodo y el agua lentamente lo engullían. "Era la imagen vivita de Mandinga" exclama entre sollozos la muchacha. Enrique, que no cree en supercherías, le promete que esa noche será la última vez que irá a "Le Dieu Blue" de Roullier. Con el dinero que obtenga en el juego dejarán la ciudad por siempre.
Las horas pasan. La campana de una iglesia distante marca las diez de la noche. Enrique se ha puesto su vieja y descolorida levita gris. Acomoda su lazo al cuello y parte raudamente hacia el lupanar del Tuerto.
Con paso firme recorre las calles del Bajo de Montevideo. Unos gritos distraen su mirada perdida en el irregular empedrado. Frente a él, se alza el Templo Inglés y en sus escalinatas varios malandrines quieren sacar partida de una mujer. Ocampo desenvaina su cuchillo y se lanza al rescate de la desventurada. Hiere a uno. Los otros escapan. La mujer no es otra que Albina Casares. Trae consigo el perdón que las autoridades porteñas han otorgado a Enrique. Pero Albina también está dispuesta a rescatar para sí a su amado Ocampo y, para ello, ha venido a herirlo de muerte. Le revela una noticia que recorre la sociedad de Buenos Aires: Felicitas Guerrero será próximamente la esposa de Samuel Saénz Valiente. Enrique fuera de si, vocifera, maldice, insulta. Repentinamente encuentra la respuesta equivocada al silencio a las cartas que escribiera a  Felicitas. Su sangre hierve, su temperamento estalla. Albina puede conseguir pasajes para Buenos Aires. Urge abandonar Montevideo. Paran un carruaje. Piensa en Gulnara. No hay tiempo, el barco zarpa en poco más de una hora.
La parda, que ha presentido algo malo, sale en busca Enrique. Josefa "La Vasca", quien trabaja en un lupanar cercano, le ha dicho que, Ocampo, se ha marchado con una mujer rumbo al puerto. Ella ha visto lo ocurrido en las escalinatas del Templo Inglés. Gulnara, desesperada, corre  por las callejuelas del Bajo. Teme por la suerte de Enrique. Pide ayuda a unos pescadores pero ya es tarde. La carreta que conduce a Ocampo y Albina hasta el navió, se ha internado en el río. Gulnara grita desesperadamente. Enrique, ensimismado en iracundos pensamientos, no puede oirla. Albina se da vuelta. La parda, cubierta por su mantón rojo, cae de rodillas sobre unas rocas: ha reconocido en la acompañante de Enrique Ocampo el espectro siniestro de sus sueños.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA


La verdad que esto de Internet, me tiene embobado. Una  vuelta, Eduardo Vidal, me mostró su página. Como me viera entusiasmado, me dijo que me creara una de esas cosas que yaman blog. A mi me gusta la milonga y no se si me da el cuero para ponerme teclear todos los santos días en una máquinola. También, Eduardo me dijo que podía poner unas palabras en su blog o subir algunas de mis letras. ¡A mi me gusta escribir y hacer sonar la guitarra! Es que, junto con Chiquitín Biaggio (bandoneón), Beto Marconi (violín) y Suela Royero (flauta), tengo un cuarteto de tango...“Los Infernales del Arrabal”, igualito a esos que forjaron la yamada Vieja Guardia. Nos gustan mucho los tangazos que nacieron ayá, entre el 1900 y 1920. La letra y la milonga la hacemos nosotros. Tutto fato in casa. Los cuatro somos de Boedo,  frecuentamos  la Universidad del Tango, en la caye Agrelo, y cuando la orquesta no toca, le sacamos viruta al piso de un salón que está en la caye José Marmol.
Personalmente, yevo una vidurria senciya. Ni mis amigos ni yo estamos acoyarados. Trabajo en la oficina, ahí, en la consultora Argos,  la que está en la Av. de Mayo. Estoy con todo lo administrativo. Vivo en el barrio de Boedo, en una casa de principios del siglo pasado, cuyo patio tiene los pisos de ladriyo originales.
Los otros días me fui hasta la pieza de arriba y revolviendo bártulos, encontré un baúl con varias cosas de mi abuelo. Fotos, cartas, el poncho de vicuña y el lengue que él usaba... Todo igualito como lo dejó. Mi abuelo, Juan Mondiola, fue muy famoso en su época, al punto que fue inmortalizado en un gotán de Antonio Arona. Rebuscando en ese baúl también encontré las fotos de la Margot, de Irene y de Amalia. ¡Que churrascas! ¡Flor de pebetas para la época! Don Juan Mondiola no andaba con chirusas. Año 1932. ¡No se cómo se le piantaron estas fotografías a mi abuela Angelita! También encontré un funyi. Salvo el poncho, que por razones obvias de esta época del año no usaré, el lengue y el sombrero me los pienso poner  cuando haya que hacer sonar la orquesta, o sea, la próxima semana en un piringundín de Viya Pueyrredón. El que quiera venir me chifla y lo hago pasar gratarola.

Lorenzo Mondiola




viernes, 2 de noviembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (1Oma parte)



La gélida noche envuelve al caserón de la estancia. La leña de quebracho crepita en el hogar. Arropada en el amplio poncho de alpaca, Felicitas escucha los relatos de Samuel. Viejas leyendas de indiadas alzadas, amores furtivos y bravías batallas recorren las tierras de “San Eugenio”, la propiedad de Sáenz Valiente. Una arrobada Felicitas sigue meticulosamente las historias que Samuel le cuenta. El recuerdo de Enrique se disipa. La figura gallarda y segura del estanciero, contrasta con esa personalidad tan impetuosa y aventurera, característica de Ocampo, a raíz de la cual ha debido transcurrir tantas vicisitudes.
A través de una amplia ventana, Samuel, señala un viejo ombú. Con bellas palabras recrea la trágica historia de Aiké, la princesa tehuelche, y el sargento Palomares, quien herido en un combate entre blandengues y tehuelches, fue rescatado por su amada y conducido a través del monte hasta el añoso ombú. Bajo su frondosa copa, los amantes fueron inmolados por la indiada rebelde sedienta de sangre, jurándose ambos pasión eterna en la vida y en la muerte.
Mientras Sáenz Valiente relata, ceba unos mates. El cedrón y la miel entremezclados en la infusión ayudan a mitigar el frío nocturno. Felicitas, junto al fuego del hogar, se emociona con aquellas historias de blandengues y tehuelches, guainas enamoradas y matreros perseguidos. Es que las palabras de Samuel la envuelven, la transportan a una realidad alejada de sus angustias e incertidumbres.
Recostado sobre el marco de la ventana, mientras matea, Samuel prosigue con sus historias. La joven viuda de Álzaga, rememora como horas antes, bajo la copiosa lluvia, el providencial Saénz Valiente, guió su carruaje hasta “San Eugenio”. Se siente atraída por su salvador. Su imaginación se tuerce en un mar de sueños y anhelos, para luego volver a una dichosa realidad entre los besos y caricias del estanciero. La pareja no puede contenerse. Entre ambos estalla  un apasionamiento repentino, extraordinario, arrollador. Es como si los dos hubieran esperado ese instante. Para Felicitas, Álzaga y Ocampo ya no importan. Son anémicos espectros de un pasado que vertiginosamente se esfuma. Saénz Valiente cree que Felicitas es su real destino y que así está escrito en el camino que trazan las estrellas. Por fin, la fría noche de San Juan, ha comenzado a consumirse en la pira de la pasión voraz de Felicitas Guerrero y Samuel Saénz Valiente.

domingo, 23 de septiembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (9na. Parte)

Felicitas ha resuelto volver a "La Postrera". Ha perdido toda esperanza de recibir noticia alguna de Enrique Ocampo. Ignora la suerte corrida por éste. Le es imposible comprender cómo ha podido esfumarse, sin dejar huella alguna. Ha temido por la vida de Enrique. Desde el pueblo de Biedma, recibió confusas noticias sobre el destino de Ocampo. Rafael Gutiérrez, comerciante del lugar, le ha referido la pelea que aquel mantuviera con el comandante Bedoya, en las márgenes de la laguna Chis Chis. Confía en que, la noble Albina, le traiga buenas noticias desde Montevideo...

En el amplio comedor de la casa, Felicitas pasa largas horas pensando. Ha dejado Buenos Aires con la esperanza de alcanzar una paz que, aquí, tampoco encuentra. Naukale, el capataz tehuelche de la estancia, la saca de su abtracción. Trae consigo noticias desde Dolores sobre la celebración de la Noche de San Juan. La viuda de Álzaga resuelta, le pide que preparen su carruaje negro. Ella irá a los festejos del 21 de junio. Llama a Manuel, su cochero, para que se aliste. Partirán a Dolores, después del mediodía.
A la hora convenida, el coche abandona la estancia "La Postrera". Felicitas viaja acompaña por Cayetana y Fructuosa, sus criadas que han venido con ella desde Buenos Aires.
Mientras el coche se mece, entre caminos de tierra y arboledas frondosas, las tres se dormitan.
Pasan las horas y un trueno feroz resuena. Cuando Felicitas despierta, puede obsevar que el firmamento se ha ennegrecido. Una tormenta se dibuja en el cielo. Quiere llegar a Dolores antes de que anochezca y se desate la tempestad.
Súbitamente, sopla el viento con fuerza. Un relampago siniestro ilumina el interior del carruaje. Las criadas rezan. Los caballos relinchan, se espantan. El carruje, a gran velocidad, se pierde por sinuosos caminos. Felicitas ordena a su cochero acortar la ruta por algún atajo. La lluvia comienza a caer copiosamente, dificultando el reconocimiento del terreno. Felicitas advierte que han perdido el rumbo. Pese a la tormenta, Manuel, divisa un bosque donde detenerse.
La tempestad arrecia. En la distancia, la viuda de Álzaga, logra distinguir una silueta. Es un hombre a caballo. El jinete se aproxima velozmente y su figura se hace cada vez más nítida. Felicitas y sus criadas descienden del carruaje al encuentro del extraño. Piden ayuda. Cubierto con su poncho, el desconocido, procura tranquilizar a las mujeres. "Soy Felicitas Guerro -exclama ella- y nos perdimos en nuestra marcha a Dolores". El providencial salvador se presenta: "Soy Samuel Saénz Valiente. Y Usted está en mi estancia, que es la suya". 

martes, 18 de septiembre de 2012

DESTINO

Muchos años llevaba Casilda trabajando en la casa de Cornelio Casares, en el pueblito de Carlos Keen. En ella, también, creció su hija Camila, mientras su madre preparaba la comida y la mantenía el sitio en orden.
La vida de la Casilda no había sido fácil. Allá, por 1885, cuando el ferrocarril traía a inmigrantes en busca de progreso, conoció al napolitano Enrico Giglio. Anduvieron amancebados un tiempo. En un rancho de adobe nació Camila y dos días después que Casilda diera a luz a su hija, el gringo Giglio se marchó y nadie supo más de él. Don Cornelio Casares, le dio trabajo poniéndola al frente de la casa y permitiendo que ambas vivieran en las habitaciones del fondo.
Cuando Camila cumplió 15 años, la gurisa empezó a frecuentar los bailongos que, los días de fiesta, se armaban en la pulpería del pueblo. El día que cumplió los 16, después de la siesta, Cornelio Casares vio en el jardín a la Casilda, muy alegre, cebándole unos mates a un muchacho veinteañero que, empuñando una guitarra, le cantaba a una Camila embelesada. No se quiso meter y no preguntó sobre el tema. En tanto la gurisa, todas las noches, se encaramaba en la tapia del jardín  a la espera de su payador, quien al compás de su guitarra, la arrullaba con matrero cantar.
El 8 de diciembre, llegó la comunión del hijo del boticario, Anselmo Prieto. Allí fueron Casares, Casilda y Camila. Mientras Casares y Aguirre, el bibliotecario, hablaban animadamente bajo una parra, la gurisa se  les acercó. La conversación, entre los tres, versó respecto de temas diversos. Finalmente, Aguirre, la interrogó sobre un próximo casamiento. Después de titubear un poco, la joven aclaró que ella aún era chica para esas cosas. Casares, intrigado, le preguntó cómo se llamaba su guitarrero, al cual no tenía visto por Carlos Keen. Los ojos de Camila se llenaron de lágrimas y con una voz ahogada alcanzó a pronunciar un nombre: el de un tal Benjamín Giglio.
Entonces, al viejo Casares, un nudo se le atravesó en la garganta. En su asombro, rememorando la historia de Casilda, pensó para sí que el destino ya había jugado sus cartas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

TRADICIONES EXTRAODINARIAS DE LA RECOLETA: LA DAMA DE BLANCO


Sabido es que, en el cementerio de la Recoleta, están sepultadas grandes personalidades de la Argentina. Al margen de este dato, también existen, un sinnúmero de historias y leyendas que hacen de la necrópolis un lugar particular. Prueba de ello, son las muchas visitas guiadas (públicas y privadas) que se organizan así como la incesante afluencia de turistas que contemplan las diversas tumbas donde se guardan los restos de quienes nos precedieron en el camino de la vida.
Una de esas historias es la relacionada con la misteriosa Dama de Blanco, inclusive, citada en enjundiosos estudios sobre el cementerio de La Recoleta. Así las cosas, se dice que, entre las sepulturas de Miguel de Azcuénaga y  el mausoleo del Tte Grl. Pablo Ricchieri deambula, por la noches, el ignoto espectro de una mujer vestida de blanco.
En realidad, la historia tiene diferentes versiones y aparece replicada, con matices, en distintos camposantos como el de La Plata u otros existentes en ciudades latinoamericanas. Entre el público, la más sonada es aquella que indica que, cierta vez, un joven encuentra –avanzada ya la noche- en la esquina de las calles Azcuénaga y Vicente López (para el que no conoce Buenos Aires es la esquina del cementerio) a una mujer joven, llorando. La consuela, le dice que ha sido invitado a una fiesta, le pide que lo acompañe y ambos parten alegres hacia la recepción. Se divierten toda la velada y en determinado momento ella le implora volver al lugar del encuentro. El mozo y la zagala abandonan el lugar y parten raudamente a la esquina que antes mencioné. Ella se queja de sentir frío. Como buen caballero, el muchacho le coloca su saco por los hombros. Una vez en el lugar, la joven comienza a correr entre las obscuras callejuelas de la necrópolis y se pierde entre las bóvedas y panteones del sitio. Por la mañana, el muchacho, que ha quedado impactado por lo sucedido, vuelve a la Recoleta y después de andar por el lugar, encuentra sobre una de las tumbas -que lleva el nombre de la chica- el saco que, horas antes, le prestara para mitigar el fresco nocturno. Encara a un cuidador del sitio y éste le dice que, desde hace varios años, la persona que busca yace allí sepultada. Resuelto, entra en la bóveda, abre un ataúd y encuentra el cuerpo sin vida de la joven.
Hasta aquí la historia que, con matices y desiguales finales, suele repetirse hasta el cansancio por el barrio.
Pero lo que el mito urbano no nos dice es la identidad de la Dama de Blanco. Mucha agua corre bajo el puente pero se tiran varios nombres: Rufina Cambaceres, Luz García Velloso, Liliana Crociati…
Desde ya, anticipo, que ninguna de las tres, condice con la famosa Dama de Blanco. La leyenda comienza a rodar a partir de la segunda mitad del siglo XIX y tanto Rufina, como Luz o Liliana fallecieron en el siglo XX, muy posteriormente al surgimiento de la historia.
Deviene necesario, para resolver el misterio, internarse una noche en la Recoleta y esperar que, la incognoscible Dama, aparezca. Ya estuve haciendo averiguaciones sobre el tema.  Sin embargo, el Director del lugar me dijo que ello era “terminantemente imposible” (sic)….
Queda pues, como recurso, emular a Hércules Poirot y emplear su método detectivesco para mostrar el verdadero rostro de la Dama de Blanco. Por ello, recogeremos datos, haremos la lista de candidatas y examinaremos uno tras otro sus antecedentes para elucidar el misterio.

domingo, 9 de septiembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (8va parte)

Miambeee, miambee, miambeeee”… cantan los negros de Montevideo al ritmo del encrespado tambor.
Es la noche de San Juan. Vivos colores resaltan las pintorescas barriadas de la ciudad. Inmensas fogatas se ierguen en la fría noche oriental.
La chica y la bámbula se danzan sin cesar. Enrique, atiborrado de alcohol, baila frenéticamente, al compás del candombe, por la calle Yerbal. Allí, en el barrio bajo, donde la gente de mala vida se da cita, ha encontrado -al fin- un refugio seguro.
Luego de su huída de La Postrera, perseguido cual matrero a cuya cabeza se ha puesto precio,  otra vez ha cuerpeado a la muerte misma cuando, facón en mano, lucha con el Carancho Bedoya, a orillas de Chis Chis, hasta caer el milico fulminado por su bravo cuchillo.
Continúa su fuga, eludiendo las partidas que lo buscan sin descanso. En su escape, sacrifica al caballo. Prosigue a pié hasta la Estancia "La Atrevida". Oculto y exhausto, por la noche, roba un alazán joven al que bautiza “Guerrero” y ,a todo galope como alma que lleva el mismísimo Mefistófeles, enfila hacia el puerto de Ensenada.
Lugar temido, si los hay. Nido de contrabandistas, loberos y pescadores, la vieja Ensanada alberga docenas de pulperías. Allí se escucha el galés, el italiano o el portugués. En una de ellas, conocida como El Abrazo de los Buenos Licores, Ocampo permanece varios días. En el lugar tiene oportunidad de entablar amistad con el francés Duval, dueño de una balandra presta a zarpar hacia Montevideo.
Escribe tres cartas a Felicitas relatando las peripecias vividas y, junto a Guerrero, embarca al Uruguay, abordo de la Sapho, al amparo de Duval. Ocampo está a salvo, pero otra vez lejos de su amada...
La noche de San Juan chisporrotea. Enrique solloza. Ni una noticia ha tenido por meses de Felicitas.
Grita, jadea, se tambalea. El sopor del ajenjo lo domina; el tamboril de los negros y mulatos resuena en el aire violento, brutal. Ocampo, fuera de si, se pierde entre el gentío rabioso al compás de los alocados batuques . Trastabilla. Se cae. Se levanta. Sigue bailando. Tres pardas seductoras se ríen de él. Son prostitutas de un lenocinio próximo a la calle Camacuá. Lo provocan, lo incitan. Enrique va hacia ellas. Una onda de besos y caricias lo envuelven. Marchan los cuatro al lupanar.
En la penumbra, Albina observa la escena. Complacida, rompe un manojo de cartas con fiereza. En un pedacito de papel que el viento lleva puede leerse con suma nitidez : “Felicitas tu le pones el color a mis días. Enrique Ocampo”

viernes, 16 de marzo de 2012

EL RITUAL DE HÉCTATE O SEA UNA HISTORIA SOBRE EL NOGAL DE BENEVENTO

Hola mis amigos/as!
Nuevamente retomo el blog, después de casi tres meses de ausencia por estas tierras. Muchas ocupaciones, me han impedido continuar con la criolla historia de Felicitas y Eduardo Ocampo (versión cartas de Albina Casares, en poder de mi amigo el profesor Lavié). Si bien la historia la continuaré en breve, mi rentrée va acompañada de una narración contemporánea de maestras, de brujas y hechizos. Aquí dejo "El Ritual de Hécate o sea una historia sobre el Nogal de Benevento."

EL RITUAL DE HÉCATE O SEA UNA HISTORIA SOBRE EL NOGAL DE BENEVENTO.



«Hairesis maxima est opera maleficarum non credere»
(La mayor herejía es no creer en la obra de las brujas)
Malleus Maleficarum

Silvia caminó con paso ligero por la Avenida Triunvirato pensando en la extensa jornada que le aguardaba. Como maestra jardinera amaba estar con sus chicos. Sin embargo, le dolía el resentimiento de algunas compañeras hacia ella. Nájera, desbordada por los kilos, ambicionaba su figura. Zangarilla aborrecía sus viajes. Belladonna se burlaba tanto de su pobre vida sentimental como del mirífico deseo de encontrar el amor verdadero.
Antes de entrar a la escuela, con fanática devoción, besó su pentáculo de Agripa buscando protección y buena fortuna.
Saludó a sus compañeras y se alejó en busca del aula. Con otra docente, prepararon a los chicos la canción "El show del Perro Salchicha". La escucharon, la bailaron y les enseñaron la letra. También la representaron. Silvia hizo de perro y su colega de aquella gaviota "medio marmota, bizca y con cara de preocupación".
Llegó la hora de irse. Silvia prefirió quedarse a terminar la planificación exigida por el Ministerio. Perdió la noción del tiempo hasta que un fuerte dolor de cabeza, espalda, brazos y piernas la hizo reaccionar. Atribuyó la molestia al hecho de trabajar en un lugar inadecuado pero enseguida pudo advertir la gravedad del problema. Irremediablemente se estaba encogiendo.
Corrió por un pasillo largo, clamando auxilio. Nadie respondió. Invocando las fuerzas protectoras de la Santa Cruz de Caravaca, divisó la débil luz de la dirección.
Reducida y atemorizada entró precipitadamente en la habitación. Allí Belladonna, Nájera, Zangarilla y la misma directora, extrañamente atavidadas, convocaban a los espíritus milenarios de Hécate y Sabacio. Entonces comprendió que era víctima de un conjuro maligno lanzado por aquellas cuatro mujeres devenidas en feroces brujas.
Súbitamente, pudo percatarse de que se hallaba a los piés de un inmenso nogal, negro y retorcido, en cuya corteza se dibujaban lastimosos rostros de hombres, mujeres y niños quizás devorados por el propio árbol o tal vez sacrificados en un bestial aquelarre. Supo que se trataba del nogal de Benevento, paraje elegido desde antaño por las brujas para conjurar a Hécate y celebrar el ritual del Osculum Infame.
Poco a poco un gran número de criaturas mágicas la rodearon. Repentinamente, el nogal comenzó a mostrar signos de vida. Brotaron sus raices y se enroscaron sus ramas. El árbol la sujetó fuertemente. Desesperada, en su lucha por liberarse, Silvia sólo atinó a arrancar algunas hojas y encomendarse a San Barbato. El horrendo ulular de las brujas se alzaba en la noche mientras el árbol fatalmente la engullía.
Abrió los ojos sobresaltada. Buscó el pentáculo de Agripa y comprobó que todo había sido un mal sueño.
Al llegar a la escuela encontró a sus insufribles compañeras. Intercambió los saludos de rigor. La risa de la rubia Belladonna le pareció repugnante y se alejó presurosa al encuentro de sus chicos. Enorme fue su espanto cuando descubrió, en el bolsillo de su delantal, un puñado de hojas de nogal.