martes, 20 de octubre de 2009

Madrugada del miércoles.

Recién llego de mi trabajo. La verdad que es muy tarde. Debía presentar unos informes para mañana y me quedé a sacarlos. Pedí para cenar una pizza. No es mi comida ideal y no soy muy amante de ella pero en ese lugar sobre la calle Perú la hacen muy bien.
Era más de medianoche cuando salí. Volví en colectivo. No tuve que esperarlo; allí estaba cuando bajé de mi oficina.
Hacía mucho que no regresaba a mi casa a esta hora un día de trabajo. La imagen que brinda la zona de Plaza Miserere por la noche es preocupante. Numerosas personas sin hogar que duermen literalmente en las veredas. Cuanto falta por hacer a los gobiernos y que lejos está el cumplimiento de los tratados sobre derechos humanos que garantizan vivienda digna, un salario justo y niveles adecuados de alimentación a todas las personas.
Caminé las doce cuadras que separan la parada de colectivo de mi casa. Cuando entré, en un costado de la galería estaba el Chúcaro. Acurrucado en su jaula esperaba que alguien lo entrara. Claudia se había olvidado de él.
Mi casa está en silencio. Mi hija duerme. Mientras escribo tomo un té. Me doy cuenta que se ha hecho tarde. Por hoy dejo acá. Hasta pronto.

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