Albegaria y Figarelho pasan la
noche en la espesura del monte. Con artes aprendidas en la bandeira de Lopes de
Sequeira, han capturado dos caballos que pastaban en el lugar. Los dos hombres
se hallan sentados junto al fuego. Albegaria se muestra ansioso por llegar a la Colonia. Figarelho,
torpe y voraz, devora la pechuga del pato
que cazaran para la cena. Únicamente se escucha el canto rechinante de los
grillos y las cigarras.
Súbitamente un sollozo rompe el
silencio nocturno.
Diego rápidamente apaga el fuego.
Pueden ser los aguerridos charrúas merodeando por el lugar. En el apuro, el
criado se ha atragantado con la comida y tose. Albegaria hace un suplicante ademán
de silencio. Nuevamente retumba el grito. Figarelho se persigna y recuerda que
esos baladros son propios de la Santa Compaña o peregrinación de las ánimas en pena.
Lo sabe bien porque la ha visto en su Mirandela natal y hasta en el mismo Sao
Paulo.
Otra vez el llanto brutal resuena. Don
Diego, impávido, cree que es momento de averiguar qué sucede en la obscura
floresta.
Mientras invoca la protección de
San Moisés, el aterrado Figarelho sigue de cerca al bandeirante. Ambos, con
extremo sigilo, se deslizan por el bosque. Preciso es descubrir el origen de
aquellos alaridos que estremencen la noche.
Caminan un rato y en un claro próximo,
advierten un fuego y más allá tres bandeirantes con un grupo de indios
esclavizados. El grito desgarrador proviene de uno de los cautivos a quién sus apresadores
están azotando.
Se requiere actuar con celeridad.
Si Figarelho logra atraer al grupo, Albegaria liberará a los indios y luego irá
en su ayuda.
El criado agita unos arbustos y
dos bandeirantes resuelven investigar. Don Diego se desliza por uno de los
flancos del campamento. Furtivamente, se escurre hasta los cautivos y, cuando se
apresta a cortar los tientos de cuero que los oprimen, es descubierto por el
esclavista. Entonces, Albegaria se contornea, gira, rueda hasta alcanzar un
madero incandescente y, sin mediar palabra alguna, quema el rostro de su
contrincante. El bandeirante grita, impreca, pide ayuda. Diego da Albegaria, en
tanto, libera a los indios cautivos y va tras el tenaz Figarelho.
Uno de los esclavistas se ha
internado en el monte convencido estar en presencia de una treta pergeñada
por las tribus del lugar. El otro, ha regresado tras los gritos de auxilio
provenientes del campamento.
El precipitado Figarelho, en
tanto, ha quedado atrapado entre unos punzantes arbustos y lucha por zafar de
la inesperada trampa. Ha desgarrado su camisola, más no logra escapar de las
espinosas ramas. Alcanzado por su perseguidor, clama lastimeramente por su
vida. Dispuesto el bandeirante a terminar con ella, la certera
intervención de Don Diego salva al criado del cruento final.
Derribado el esclavista infame, patrón y
lacayo raudamente retornan al campamento. Montan sus caballos y a galope, en la
noche densa, se pierden tras la esperanza de forjar una nueva vida.
Te felicito Eduardo, es excelente la narrativa no me canso de decírtelo.
ResponderEliminar¿Sos profesor de letras (literatura), o narrador por naturaleza?
Es una duda que tengo, te dejo un fuerte abrazo, gracias por tener el gesto de preocuparte por mi madre, abrazos miles!
Gracias Cristina por tu comentario. No, no soy profesor de letras, creo que por mi actividad laboral encuadro más en el "narrador por naturaleza", como vos decís.
ResponderEliminarme volviste atrapar me muy bueno al final lograr entre hazañas y peligros zafarse me gust´mucho, dulces sueños y un abrazo dese mi brillo del mar
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