La mañana se muestra esplendida. Largos
días han insumido a los dos hombres alcanzar el codiciado destino. Luego de
cruzar serranías, angosturas y cañadas, sortear arroyos y riachos advierten, en
la distancia, las murallas de la
Colonia del Sacramento, aljófar de Portugal en el Río de la Plata.
Días pasados han debido evadir
varias partidas de soldados españoles que, misteriosamente, merodeaban en la
zona.
Atizan los caballos y a galope
trasponen los senderos de tierra rumbo a la ansiada ciudad. Diego da Albegaria
respira a salvo. Sabe que, tras los baluartes de la villa, el feroz Lopes de
Sequeira no podrá alcanzarlo.
Figarelho, entona una alegre
canción portuguesa en la que compara a las mujeres con el vino abocado de
Madeira. El buen criado, lo acompaña desde que Albegaria se viera forzado a
abandonar Lisboa ante los sicarios del Marqués de Pombal. A pesar que es zampón
y estulto, siempre ha sido infinitamente leal siguiéndolo en cuanta empresa Don
Diego resolviera embarcarse.
En Colonia del Sacramento, donde
reinan los contrabandistas y el librecambio, debe hallar a Eleazar Coelho, un comerciante de
origen judío amigo de su padre y afincado en estas latitudes. Él le cambiará
las esmeraldas que fueran robadas a Lopes de Sequeira.
Don Diego y Figarelho cruzan la
fortificación a través del Portón de Campo y su puente levadizo, custodiados celosamente
por las tropas del rey Joao. La villa, con sus casas y ranchos de piedra, se alza
regia ante la mirada cansada de Albegaria y su sirviente. Recorren a pié la
ciudad, buscando un lugar para hospedarse y conseguir nuevas monturas para sus
caballos. Maravillados, en el puerto divisan los velámenes de bergantines y
goletas de Inglaterra, de Francia, de Holanda, de Portugal. El trajín permanente
de las gentes con sus criados, de las tropas del rey, de los indios que venden
sus panes y mantas como de los zambos y mulatos ofreciendo comida al
transeúnte, hacen de Colonia del Sacramento una plaza bulliciosa.
En la venta de Cristóbal da
Almeida, los dos hombres, han encontrado techo y comida. Allí, también, han
obtenido información sobre el destino de Eleazar Coelho. Más tarde marcharán a
su casa a reunirse con él.
Los forasteros son atendidos por
Estrella, una india al servicio de la venta. La joven escucha atenta el relato de los
bandeirantes. El abandono de Sao Paulo, el escape de las garras
charrúas, el encuentro con los esclavistas y la larga travesía que han debido
encarar para arribar a esas tierras. Estrella memora que, en la ciudad y la campaña, corren historias extrañas sobre encantamientos y otros relatos extraordinarios. La leyenda de la india muerta Ulita, la bruja del río, el anillo de hierro, son algunos de los relatos que la moza comenta a los viajeros. Albegaria, taciturno, contempla el lugar. Figarelho, sentado a una gran mesa rústica de jacarandá, calma su sed con vino de Minho mientras
conversa con la mujer y la hija del ventero.
Se escucha el redoble lejano del
tambor de la guardia. Lentamente la villa se apaga. Un viento de fuerza extraña sopla sobre la ciudad. Albegaria golpea el hombro
de su criado. Es hora de marchar a lo de Eleazar.
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