miércoles, 17 de julio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 3era JORNADA. LA VENTA DE CRISTÓBAL DE ALMEIDA



La mañana se muestra esplendida. Largos días han insumido a los dos hombres alcanzar el codiciado destino. Luego de cruzar serranías, angosturas y cañadas, sortear arroyos y riachos advierten, en la distancia, las murallas de la Colonia del Sacramento, aljófar de Portugal en el Río de la Plata.
Días pasados han debido evadir varias partidas de soldados españoles que, misteriosamente, merodeaban en la zona.
Atizan los caballos y a galope trasponen los senderos de tierra rumbo a la ansiada ciudad. Diego da Albegaria respira a salvo. Sabe que, tras los baluartes de la villa, el feroz Lopes de Sequeira no podrá alcanzarlo. 
Figarelho, entona una alegre canción portuguesa en la que compara a las mujeres con el vino abocado de Madeira. El buen criado, lo acompaña desde que Albegaria se viera forzado a abandonar Lisboa ante los sicarios del Marqués de Pombal. A pesar que es zampón y estulto, siempre ha sido infinitamente leal siguiéndolo en cuanta empresa Don Diego resolviera embarcarse.
En Colonia del Sacramento, donde reinan los contrabandistas y el librecambio, debe  hallar a Eleazar Coelho, un comerciante de origen judío amigo de su padre y afincado en estas latitudes. Él le cambiará las esmeraldas que fueran robadas a Lopes de Sequeira.
Don Diego y Figarelho cruzan la fortificación a través del Portón de Campo y su puente levadizo, custodiados celosamente por las tropas del rey Joao. La villa, con sus casas y ranchos de piedra, se alza regia ante la mirada cansada de Albegaria y su sirviente. Recorren a pié la ciudad, buscando un lugar para hospedarse y conseguir nuevas monturas para sus caballos. Maravillados, en el puerto divisan los velámenes de bergantines y goletas de Inglaterra, de Francia, de Holanda, de Portugal. El trajín permanente de las gentes con sus criados, de las tropas del rey, de los indios que venden sus panes y mantas como de los zambos y mulatos ofreciendo comida al transeúnte, hacen de Colonia del Sacramento una plaza bulliciosa.
En la venta de Cristóbal da Almeida, los dos hombres, han encontrado techo y comida. Allí, también, han obtenido información sobre el destino de Eleazar Coelho. Más tarde marcharán a su casa a reunirse con él.
Los forasteros son atendidos por Estrella, una india al servicio de la venta. La joven escucha atenta el relato de los bandeirantes. El abandono de Sao Paulo, el escape de las garras charrúas, el encuentro con los esclavistas y la larga travesía que han debido encarar para arribar a esas tierras. Estrella memora que, en la ciudad y la campaña, corren historias extrañas sobre encantamientos y otros relatos extraordinarios. La leyenda de la india muerta Ulita, la bruja del río, el anillo de hierro, son algunos de los relatos que la moza comenta  a los viajeros. Albegaria, taciturno, contempla el lugar. Figarelho, sentado a una gran mesa rústica de jacarandá,  calma su sed con vino de Minho mientras conversa con la mujer y la hija del ventero.
Se escucha el redoble lejano del tambor de la guardia. Lentamente la villa se apaga. Un viento de fuerza extraña sopla sobre la ciudad. Albegaria golpea el hombro de su criado. Es hora de marchar a lo de Eleazar.

martes, 9 de julio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 2da JORNADA: EL GRITO EN LA NOCHE



Albegaria y Figarelho pasan la noche en la espesura del monte. Con artes aprendidas en la bandeira de Lopes de Sequeira, han capturado dos caballos que pastaban en el lugar. Los dos hombres se hallan sentados junto al fuego. Albegaria se muestra ansioso por llegar a la Colonia. Figarelho, torpe y voraz, devora la pechuga del  pato que cazaran para la cena. Únicamente se escucha el canto rechinante de los grillos y las cigarras.
Súbitamente un sollozo rompe el silencio nocturno.
Diego rápidamente apaga el fuego. Pueden ser los aguerridos charrúas merodeando por el lugar. En el apuro, el criado se ha atragantado con la comida y tose. Albegaria hace un suplicante ademán de silencio. Nuevamente retumba el grito. Figarelho se persigna y recuerda que esos baladros son propios de la Santa Compaña o peregrinación de las ánimas en pena. Lo sabe bien porque la ha visto en su Mirandela natal y hasta en el mismo Sao Paulo.
Otra vez el llanto brutal resuena. Don Diego, impávido, cree que es momento de averiguar qué sucede en la obscura floresta.
Mientras invoca la protección de San Moisés, el aterrado Figarelho sigue de cerca al bandeirante. Ambos, con extremo sigilo, se deslizan por el bosque. Preciso es descubrir el origen de aquellos alaridos que estremencen la noche.
Caminan un rato y en un claro próximo, advierten un fuego y más allá tres bandeirantes con un grupo de indios esclavizados. El grito desgarrador proviene de uno de los cautivos a quién sus apresadores están azotando.
Se requiere actuar con celeridad. Si Figarelho logra atraer al grupo, Albegaria liberará a los indios y luego irá en su ayuda.
El criado agita unos arbustos y dos bandeirantes resuelven investigar. Don Diego se desliza por uno de los flancos del campamento. Furtivamente, se escurre hasta los cautivos y, cuando se apresta a cortar los tientos de cuero que los oprimen, es descubierto por el esclavista. Entonces, Albegaria se contornea, gira, rueda hasta alcanzar un madero incandescente y, sin mediar palabra alguna, quema el rostro de su contrincante. El bandeirante grita, impreca, pide ayuda. Diego da Albegaria, en tanto, libera a los indios cautivos y va tras el tenaz Figarelho.
Uno de los esclavistas se ha internado en el monte convencido estar en presencia de una treta pergeñada por las tribus del lugar. El otro, ha regresado tras los gritos de auxilio provenientes del campamento. 
El precipitado Figarelho, en tanto, ha quedado atrapado entre unos punzantes arbustos y lucha por zafar de la inesperada trampa. Ha desgarrado su camisola, más no logra escapar de las espinosas ramas. Alcanzado por su perseguidor, clama lastimeramente por su vida. Dispuesto el bandeirante a terminar con ella, la certera intervención de Don Diego salva al criado del cruento final.
Derribado el esclavista infame, patrón y lacayo raudamente retornan al campamento. Montan sus caballos y a galope, en la noche densa, se pierden tras la esperanza de forjar una nueva vida.