domingo, 9 de septiembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (8va parte)

Miambeee, miambee, miambeeee”… cantan los negros de Montevideo al ritmo del encrespado tambor.
Es la noche de San Juan. Vivos colores resaltan las pintorescas barriadas de la ciudad. Inmensas fogatas se ierguen en la fría noche oriental.
La chica y la bámbula se danzan sin cesar. Enrique, atiborrado de alcohol, baila frenéticamente, al compás del candombe, por la calle Yerbal. Allí, en el barrio bajo, donde la gente de mala vida se da cita, ha encontrado -al fin- un refugio seguro.
Luego de su huída de La Postrera, perseguido cual matrero a cuya cabeza se ha puesto precio,  otra vez ha cuerpeado a la muerte misma cuando, facón en mano, lucha con el Carancho Bedoya, a orillas de Chis Chis, hasta caer el milico fulminado por su bravo cuchillo.
Continúa su fuga, eludiendo las partidas que lo buscan sin descanso. En su escape, sacrifica al caballo. Prosigue a pié hasta la Estancia "La Atrevida". Oculto y exhausto, por la noche, roba un alazán joven al que bautiza “Guerrero” y ,a todo galope como alma que lleva el mismísimo Mefistófeles, enfila hacia el puerto de Ensenada.
Lugar temido, si los hay. Nido de contrabandistas, loberos y pescadores, la vieja Ensanada alberga docenas de pulperías. Allí se escucha el galés, el italiano o el portugués. En una de ellas, conocida como El Abrazo de los Buenos Licores, Ocampo permanece varios días. En el lugar tiene oportunidad de entablar amistad con el francés Duval, dueño de una balandra presta a zarpar hacia Montevideo.
Escribe tres cartas a Felicitas relatando las peripecias vividas y, junto a Guerrero, embarca al Uruguay, abordo de la Sapho, al amparo de Duval. Ocampo está a salvo, pero otra vez lejos de su amada...
La noche de San Juan chisporrotea. Enrique solloza. Ni una noticia ha tenido por meses de Felicitas.
Grita, jadea, se tambalea. El sopor del ajenjo lo domina; el tamboril de los negros y mulatos resuena en el aire violento, brutal. Ocampo, fuera de si, se pierde entre el gentío rabioso al compás de los alocados batuques . Trastabilla. Se cae. Se levanta. Sigue bailando. Tres pardas seductoras se ríen de él. Son prostitutas de un lenocinio próximo a la calle Camacuá. Lo provocan, lo incitan. Enrique va hacia ellas. Una onda de besos y caricias lo envuelven. Marchan los cuatro al lupanar.
En la penumbra, Albina observa la escena. Complacida, rompe un manojo de cartas con fiereza. En un pedacito de papel que el viento lleva puede leerse con suma nitidez : “Felicitas tu le pones el color a mis días. Enrique Ocampo”

3 comentarios:

  1. No conocía yo esta historia de un personaje histórico que atrapa al leerla.
    Saludos.

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  2. En la noche de San Juán cualquier cosa es posible y, te cuento que tienes muy buen gusto musical. Mozart me ha dado la bienvenido y el barroco es mi perdición.

    Saludos

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  3. Qué buena la historia!!!
    Saludos desde Madrid

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