martes, 18 de septiembre de 2012

DESTINO

Muchos años llevaba Casilda trabajando en la casa de Cornelio Casares, en el pueblito de Carlos Keen. En ella, también, creció su hija Camila, mientras su madre preparaba la comida y la mantenía el sitio en orden.
La vida de la Casilda no había sido fácil. Allá, por 1885, cuando el ferrocarril traía a inmigrantes en busca de progreso, conoció al napolitano Enrico Giglio. Anduvieron amancebados un tiempo. En un rancho de adobe nació Camila y dos días después que Casilda diera a luz a su hija, el gringo Giglio se marchó y nadie supo más de él. Don Cornelio Casares, le dio trabajo poniéndola al frente de la casa y permitiendo que ambas vivieran en las habitaciones del fondo.
Cuando Camila cumplió 15 años, la gurisa empezó a frecuentar los bailongos que, los días de fiesta, se armaban en la pulpería del pueblo. El día que cumplió los 16, después de la siesta, Cornelio Casares vio en el jardín a la Casilda, muy alegre, cebándole unos mates a un muchacho veinteañero que, empuñando una guitarra, le cantaba a una Camila embelesada. No se quiso meter y no preguntó sobre el tema. En tanto la gurisa, todas las noches, se encaramaba en la tapia del jardín  a la espera de su payador, quien al compás de su guitarra, la arrullaba con matrero cantar.
El 8 de diciembre, llegó la comunión del hijo del boticario, Anselmo Prieto. Allí fueron Casares, Casilda y Camila. Mientras Casares y Aguirre, el bibliotecario, hablaban animadamente bajo una parra, la gurisa se  les acercó. La conversación, entre los tres, versó respecto de temas diversos. Finalmente, Aguirre, la interrogó sobre un próximo casamiento. Después de titubear un poco, la joven aclaró que ella aún era chica para esas cosas. Casares, intrigado, le preguntó cómo se llamaba su guitarrero, al cual no tenía visto por Carlos Keen. Los ojos de Camila se llenaron de lágrimas y con una voz ahogada alcanzó a pronunciar un nombre: el de un tal Benjamín Giglio.
Entonces, al viejo Casares, un nudo se le atravesó en la garganta. En su asombro, rememorando la historia de Casilda, pensó para sí que el destino ya había jugado sus cartas.

11 comentarios:

  1. Un final imprevisto en aquella chica alegre que parecía no pertenecer a nadie.

    Un abrazo

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  2. Y una gran sorpresa para el viejo Casares. Saludos

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  3. Amazing story! I was hooked til the end! :)

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  4. Muy bueno tu relato, y tremenda sorpresa se ha llevado por tu culpa el viejo Casares.
    Gracias por participar en mi blog. Siempre serás bien recibido.
    Un abrazo,
    Saudades da volta

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  5. No se si ha sido el destino el que me ha traido hasta aquí, lo cierto que he llegado para quedarme, si lo permites.
    A veces el destino es previsible y otras no tanto lo que esta claro que cada uno tiene el suyo, que podemos modificar pero no cambiar.
    Saludos desde Tenerife-Canarias-España y te dejo enlace de mi blog por si el destino te acerca.
    http://gofioconmiel.blogspot.com.es/

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  6. Muy buena historia Eduardo con sorpresivo final. La verdad es que aunque tengamos libre albedrío lo que está para nosotros no nos lo quita nadie...

    Un abrazo muy grande,

    María Eva.

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  7. exelente, muy bueno lo mantiene a uno pegado a la pantalla esperando el descenlace y deseando que no termine, felicidades...desde New York city......visitame http://wems33loco.blogspot.com/

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  8. Gracias Willy por tu comentario y por seguir mi blog. Saludos

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