miércoles, 11 de mayo de 2011

LA LEYENDA DE LA CABEZA VIVIENTE (2da. Parte)

Traigo la segunda entrega de esta historia del Noroeste argentino.
«El calor es agobiante. Una piedra lisa y enorme cubre la entrada a la gruta. El hidalgo Diego Pizarro ordena a sus criados correr la pesada losa.
Montado en su caballo, ansiosamente observa los esfuerzos por quitarla. Sabe, por pueblos del lugar, que en el nevado de Chañi se ha escondido el tesoro del Inca. Está resuelto a encontrarlo.
Han transcurrido más de seis horas de infructuosos intentos. Por fin, el leal Medrano avisa que la inmensa lápida ha comenzado a ceder. Los obscuros ojos del hidalgo brillan ávidamente. Es un hombre de casi sesenta años. Enjuto el rostro, parca la mirada. Cabello y barba encanecida. Hijo de una mestiza de Charcas y de Gonzalo Pizarro, hermanastro del conquistador del Perú.
Mientras sus hombres remueven la piedra, Diego recuerda. Ha transcurrido mucho tiempo en estas tierras. Rememora, cuando joven, apaciguados definitivamente los ánimos contra los Pizarro en el Nuevo Mundo, se incorpora a la guerra contra Viltipoco, el diaguita. En su mente, se dibuja la lucha contra el cacique Sulantay y la caída de su inexpugnable pucará en aquel audaz golpe, tan propio de su estirpe. En la montaña, repleta de miríficos tonos y bajo el calcinante sol, ha capturado y asesinado a los últimos diaguitas rebeldes. Piensa en la fundación de San Salvador de Jujuy, en la siniestra mano de aquel incondicional de Ochoa de Zárate que borrara su nombre entre los fundadores de la ciudad.
Gritos de júbilo lo traen nuevamente a la realidad. La losa ha sido removida. Por más de doscientos años el venerable lugar ha permanecido inviolable. Pizarro da la orden de ingresar a la gruta. Encienden antorchas. Don Diego conduce el grupo. Sin saberlo, serán los primeros en entrar a la caverna del emperador Yahuar Huacac desde que, la comitiva real del Inca, sellara el recinto para la eternidad. En tanto, la noche lentamente empieza a engullirse al cerro.»

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