En el amplio comedor de la casa, Felicitas pasa largas horas pensando. Ha dejado Buenos Aires con la esperanza de alcanzar una paz que, aquí, tampoco encuentra. Naukale, el capataz tehuelche de la estancia, la saca de su abtracción. Trae consigo noticias desde Dolores sobre la celebración de la Noche de San Juan. La viuda de Álzaga resuelta, le pide que preparen su carruaje negro. Ella irá a los festejos del 21 de junio. Llama a Manuel, su cochero, para que se aliste. Partirán a Dolores, después del mediodía.
A la hora convenida, el coche abandona la estancia "La Postrera". Felicitas viaja acompaña por Cayetana y Fructuosa, sus criadas que han venido con ella desde Buenos Aires.
Mientras el coche se mece, entre caminos de tierra y arboledas frondosas, las tres se dormitan.
Pasan las horas y un trueno feroz resuena. Cuando Felicitas despierta, puede obsevar que el firmamento se ha ennegrecido. Una tormenta se dibuja en el cielo. Quiere llegar a Dolores antes de que anochezca y se desate la tempestad.

La tempestad arrecia. En la distancia, la viuda de Álzaga, logra distinguir una silueta. Es un hombre a caballo. El jinete se aproxima velozmente y su figura se hace cada vez más nítida. Felicitas y sus criadas descienden del carruaje al encuentro del extraño. Piden ayuda. Cubierto con su poncho, el desconocido, procura tranquilizar a las mujeres. "Soy Felicitas Guerro -exclama ella- y nos perdimos en nuestra marcha a Dolores". El providencial salvador se presenta: "Soy Samuel Saénz Valiente. Y Usted está en mi estancia, que es la suya".