viernes, 28 de octubre de 2011

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (5ta PARTE)


La noche lentamente envuelve a La Postrera.
Felicitas y Albina, sentadas a la gran mesa de caoba, aguardan que Bautista sirva la cena.
La viuda de Álzaga comenta su deseo de ir por la mañana hasta el pueblo. Debe resolver ciertas cuestiones relativas a la venta de hacienda con Pascual Benítez, un comisionista de Dolores.
Albina, atentamente, escucha las reflexiones que su amiga formula sobre la cría y venta de ganado. Admira y hasta envidia la forma de ser de Felicitas. Esa mujer, tan resuelta, tan valiente y hasta desafiante frente a esos rigurosos límites que la moral social impone, es el centro de miradas de muchos jóvenes porteños. Ni hablar de Ocampo, quien ha partido a luchar a Entre Ríos con tal de escapar a su poderoso embrujo. Albina haría lo imposible por borrar ese apasionamiento enfermizo que lo impulsa hacia Felicitas. El amor que siente por Ocampo lacera su espíritu frágil. La muerde, la desgarra en su sentir más íntimo. No conoce humana fórmula de contener los sentimientos briosos de Enrique. Simplemente, debe ahogar su pasión y soportar el dolor en una brutal soledad.
Bautista sirve una exquisita chatasca.
Las dos mujeres saborean el plato que prepara la negra Dominga, experimentada cocinera de la estancia. La brisa fresca de la noche se cuela por la ventana. Con ella llega el perfume juvenil del jazmín y el aroma cimbreante de los primeros nardos.
Repentinamente, los acordes de una guitarra y la voz quejumbrosa de un payador quiebran el silencio nocturno. Albina siente como ese cantar la desgarra. Angustiada, abandona la mesa y corre hasta la ventana con el tiránico y exclusivo deseo de vislumbrar una figura diferente a la de Ocampo. En su desesperación, tambalea. Felicitas intenta ayudarla y al aproximarse ella al ventanal, la gauchesca sombra de Enrique se muestra entre los talas.
La dicha embriaga a Ocampo. Felicitas y él se han reencontrado. Enrique, en su delirio, entona una nueva vidalita. Felicitas, arrobada, sale al jardín a su encuentro.

VIDALITA DE ENRIQUE OCAMPO

Vidalita, recuerda
este cielo pulcro y estrellado
bajo cuyo guardián manto
hoy canta un payador atormentado.

Tiempo hace que marché
a libertar una tierra ultrajada
y así por fin olvidar
los ojos negros de mi amada.

Más entre montes y cañadas
portando erguida mi tacuara
he visto una y otra vez
a la china que me embrujara.

De alborotos y entreveros
he salido siempre airoso.
Cuerpiando milicos y enganchaos
a tu ventana he llegado victorioso

Vidalita no olvides jamás
a este matrero valiente
que cansao de guerrear
piensa en ti devotamente.

domingo, 2 de octubre de 2011

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (4ta Parte)


Desde la cubierta de “La Sirena”, Ocampo otea la costa. Cada vez está más cerca de Felicitas Guerrero. Piensa en lo ocurrido durante los últimos días y en ese golpe de suerte que lo ha llevado hasta las costas de Samborombon .
Es que, después de la sorpresa de Alcaraz, él y sus tres compañeros de armas vagaron hasta la boca del Guayquiraró, en el Paraná, encontrando, providencialmente, una goleta fondeada en aquel sitio.
La hábil negociación con el capitán del barco, permitió que fueran conducidos a salvo hasta el puerto de Las Conchas. Allí, Ocampo supo que, Braulio y él, eran afanosamente perseguidos por las fuerzas Nacionales para su detención.
Fue así que, de Las Conchas, partió un marinero hacia la casa de Ocampo, en Buenos Aires, llevando correspondencia para su familia e instrucciones para el leal Tadeo.
Estas últimas eran muy claras. Requería a su sirviente viajar de inmediato, con monturas, hasta la boca del río Salado, esperarlo en aquel sitio hasta su arribo y galopar, luego con él, hasta la estancia de Felicitas.
Tres días después, La Sirena partió al amparo de una suave brisa. Navegaron por el Río de la Plata, sorteando sus peligrosos bancos; se aproximaron a Punta Ballenas y, en la distancia, fueron capaces de distinguir la lúgubre silueta de la fortaleza de Barragán. Finalmente, en la noche del 11 de febrero, entraron en la bahía de Samborombon.
Al amanecer, la nave se ha aproximado a la costa.
El capitán Twain advierte la cercanía de la boca del río Salado. Ocampo, divisa una ambarina señal desde tierra. Es el viejo y digno Tadeo, que agita un gallardete amarillo, siguiendo las instrucciones de su patrón.
Enrique se despide de Braulio y de toda la tripulación que tan generosa ha sido con él y los suyos. Podestá Peña continuará hasta Montevideo, junto con los orientales sobrevivientes de Alcaraz. Allí permanecerá, como en otras épocas, a la espera que la situación se apacigüe.
Velozmente, una chalupa conduce a Enrique a la costa.

¡Cuantos meses sin ver a su leal criado! Ya en tierra y vivamente emocionado, Ocampo abraza a Tadeo, quien lo ha esperado en el lugar convenido desde la anterior noche. Luego de la larga ausencia, el regocijo es mutuo. Antes que su mayordomo, Tadeo, es su amigo, fiel y sincero, quien muchas veces le ha mostrado el rumbo pero, ante todo, le ha brindado su valiosa ayuda cuando Enrique lo necesitaba.
Más Ocampo ya no quiere esperar. Felicitas está en La Postrera y desea ganar la estancia cuanto antes. Tadeo estima que, al caer la noche, llegarán a las tierras de la viuda de Álzaga.
Ambos montan en los zainos que el criado ha traído desde Buenos Aires. A galope, sus figuras son devoradas por la soledad de esa inconmensurable pampa agreste y cerril.