
Han pasado varios meses desde que Diego Pizarro volvió a “San Joaquín”, su alquería en Tumbaya.
La hacienda, enclavada entre las montañas del lugar, ha sido su refugio desde la pelea con los partidarios de Ochoa de Zárate. Vencido y junto a su hija Isabel, el viejo puma por largos años ha relamido sus heridas en la soledad de los cerros.
Desde una ventana, Isabel Pizarro, observa como el cercano y caudaloso río, paulatinamente, ha mermado su ímpetu. Los días más cortos y la escasez de sus aguas, son las primeras señales de la proximidad del otoño.
Doña Isabel está preocupada por su padre. Desde que el hidalgo y su grupo regresaron del nevado trayendo consigo la cabeza de Yahuar, extraños sucesos han sacudido la hacienda. Guzmán, su ujier, fue hallado muerto junto al cráneo del Inca, con una mueca de espanto dibujada en el rostro. A Rodrigo Niño, que integró la expedición al Chañi, lo encontraron sin vida en las orillas del Xibi Xibi y hay quienes firman que, de su boca entreabierta, brotó un negro alacrán, horrorizando a sus descubridores.
También, desde hace casi tres semanas, Diego Pizarro yace en cama al cuidado de su hija. En ocasiones, por las noches, es preso del pánico y vocifera sin sentido. El ínclito Medrano ha debido ayudar a sosegarlo.
Inquietantes rumores circulan en la alquería. Las viejas leyendas del lugar, lentamente, cobran vida. Isabel, devota de la Virgen, concurre todas las tardes a rezar en la amplia iglesia que, el hidalgo, ordenara levantar en las cercanías de la vasta casona.
La noche ha mostrado su obscuro rostro. Inquietos por el inexplicable malestar que aqueja a Don Diego, Jimeno y Medrano han regresado desde San Salvador de Jujuy.
José, el indio, los aguarda en una de las galerías de la hacienda. Mientras les ofrece un poco de chicha, les revela su preocupación: el apu Pizarro está maldito.
En el silencio de la noche, mientras beben, José comenta sobre una vieja historia del lugar, aquella que habla del guaca Yurac y la Yanakilla. Interesado y a fin de esquivar el sueño, Medrano le pide que la narre pues nadie más apropiado que él para hacerlo.