I
Es el 29 de
enero de 1872. El calor del verano resulta insoportable. Felicitas vuelve de
comprar varias artículos para su boda. Está radiante. Ligera, se dirige a la
biblioteca en su casa de la calle Larga.
Anselmo, uno
de los criados de Albina Casares, la está esperando. Trae una carta para
ella. Ingresa en la biblioteca y por
unos instantes Felicitas duda. Finalmente, resuelve abrirla. La carta está
fechada ese mismo día.
“Querida Felicitas: Por fin he ganado la partida.
Por años me robaste el afecto de Ocampo. Muy pronto, él y yo, dejaremos Buenos
Aires para refugiarnos en Europa. Fui yo quien retuvo la correspondencia que,
Enrique, por semanas te envió desde Montevideo. Fui yo quien delató su
presencia en La Postrera. Fui
yo quien urdió y ensambló cada pedacito de la compleja trama que ahora nos
envuelve. No obstante, este mundo es demasiado pequeño para las dos. No habré
ganado la guerra, querida amiga, si aún
revoloteas como un cóndor sobre la carroña. Esta es mi despedida final.
Albina”
Felicitas
Guerrero no puede dar crédito a lo que lee. Profundamente amargada, se deja
caer sobre un sillón.
Repentinamente,
alguien entra en la sala. Es Enrique. La furia corre por sus venas y Felicitas
sabe que está perdida.
II
Un carruaje
negro espera sobre la entrada de la calle Larga. Cuatro caballos, del mismo
color que el coche, tiran de él. Albina los ha elegido especialmente. Como si
fueran hijos de Janto y Balio, espera con alcanzar velozmente la ruta de San
Isidro, después que Enrique mate a Felicitas. Cometido el crimen, Ocampo,
deberá abrirse paso hasta el carruaje. Ambos huirán para siempre. Allí, en San
Isidro, los aguardan para embarcar rumbo a Colonia del Sacramento y luego a
Europa.
Albina está
nerviosa. Con fanática paciencia ha urdido el arriesgado plan. Teme que la
viuda de Guerrero no lea su carta.
Ocampo, exaltado
como siempre, ha descendido del carruaje rumbo a la gran casona. Sabe que Felicitas
está en ella pues la ha visto llegar, justo, un rato antes.
El calor se
torna cada vez más agobiante. En la
biblioteca Felicitas Guerrero lee angustiosamente la carta que Albina le
enviara. ¡Enrique jamás la había olvidado! Su antigua amiga, la querida Albina,
en realidad, era su feroz rival. Apesadumbrada, se ha dejado caer en uno de los
sillones. Abruptamente, la puerta de la sala se abre. Es Ocampo. Su rostro esta
desfigurado por la ira y ha venido a cumplir la venganza de Albina. Felicitas
procura explicar lo ocurrido. Agita la carta. Implora el perdón de Enrique.
Todo cuanto hace o dice enfurece más a Ocampo. Desesperada, intenta escapar de
la sala. Enrique saca un arma de su bolsillo y dispara. Felicitas cae
mortalmente herida.
Enrique,
atribulado, se dispone a huir. Violentamente irrumpen en el lugar, atraídos por
el disparo, Cristian Demaría y el padre de Felicitas. Hay un forcejeo. Todo
sucede en cuestión de minutos. Demaria toma su arma y le apunta a Ocampo.
Enrique cae fulminado.
Una congoja
inmensa invade la casa. Felicitas ha sido llevada a su habitación. Agoniza.
Albina se ha deslizado por el lugar y recoge la carta que enviara a Felicitas.
Los Guerrero levantan el cadáver de Enrique. Lo arrojan dentro del carruaje
negro, ubicado sobre la calle Larga, y ordenan al cochero llevarlo al domicilio
de su familia.
Son las diez
de la noche del 29 de enero de 1872. El calor no afloja. El Dr. Modestino
Pizarro ha revisado a Felicitas. La bala le ha perforado el pulmón derecho. Sabe que
el fin de la joven está próximo. En su agonía Felicitas no cesa de preguntar
por Enrique. Todos lloran. Finalmente, la vida de la Novia del Estanciero se
extingue, entre espasmos, en las primeras horas del 30 de Enero de 1872.
IV
El día del
entierro, la carroza fúnebre que llevaba a la familia de Felicitas Guerrero se
cruza con la de la familia de Ocampo en la entrada del Cementerio de la Recoleta, donde hoy yacen
ambos.
Sobre el
hecho, dijo en su momento el Diario La Nación “El
crimen de Barracas va a modificar notablemente nuestras costumbres sociales, y
a producir una revolución en los salones. Deploramos el fin trágico de esa
distinguida y virtuosa señora, víctima del furor de un hombre enamorado.”
Luego de los
hechos, los padres de Felicitas, decidieron construir una iglesia en su honor
en el mismo lugar en donde ésta había fallecido. Según el mito popular, el alma
en pena de la viuda de Álzaga recorre la Iglesia llorando su trágica muerte, siendo uno de
los célebres “fantasmas de Buenos Aires”.
Albina Casares
escribió, muchos años después, unas supuestas cartas dirigidas al Sr. De Treville
que vivía en París, en la cual narra los hechos y que han sido la base del presente relato. Murió vieja y loca, internada en un hospicio de la ciudad de La Plata, vociferando el nombre de Enrique Ocampo.
Que relato fantástico, me atrapó de principio a fin, gracias por compartirlo Eduardo.
ResponderEliminarEs muy buena la lectura por tu sito, te dejo un fuerte abrazo!
Gracias compañera, tus palabras son un verdadero aliciente para continuar escribiendo!!! Un saludo
Eliminar