sábado, 4 de abril de 2020

SWEET LIFE - EN EL CAFÉ

Una tarde de diciembre de 2019, días antes de Navidad. Estamos en la confitería Saint Moritz de Esmeralda y Paraguay...
Un poco de barullo en el lugar. Superposición de conversaciones. Algo de ruido de platos y vasos. La voz del mozo reclamando el pedido de una mesa. Hace más de una hora que converso con Leandro. Vamos por el segundo café.

-Decíme Leandro, ¿aún la seguís viendo a Betina.?,pregunté con curiosidad.
-Sí. Aùn la veo. Trabajo aula de por medio. Cada vez que la miro, siempre enfrascada en la lectura de papeles y libros, me parece muy linda.
- Qué historia, amigo. Primero ella estaba casada y vos soltero. Después ella divorciada y vos casado...
-La verdad Eduardo que yo estaba en otra cuando ella se divorció. Además tuvo una relación muy complicada con el ex marido. Cuando me enteré que se había separado no quise probar suerte. El tipo le hacía la psicológica, la amenazaba. Beti terminó perdiendo guita y otros quilombos más...Me pareció que no daba intentar nada.
-Ufff...que mal, Leandro. Ella siempre seria y responsable.
-Sí, tal cual. Después de eso no salió con nadie más: hasta lo que se se abstrajo del mundo. Hace cursos, lee, se refugia en sus hijos. Vive sola con los dos pibes en Olivos. Creo que por las tardes sale a correr cerca del puerto de Olivos. Supongo que canaliza su líbido a través del estudio y esas cosas...
Se hizo un breve silencio. Luego, Leandro prosiguió.
-Y mis cosas con Fabi están ahì. La verdad que se pone muy densa y demandante. Se queja que estoy siempre ocupado. Pero es la verdad, Eduardo. Trabajo en el salón de fiestas, doy clases en el Instituto. Asesoro a quienes se quieren meter en el rubro de la organización de eventos, pago todas las cuentas, expensas, el jardín de Loretta, etc. Me parece injusta su recriminación.
-¿Lo hablaste con ella?
-Sí y he tenido respuestas de lo más insólitas. Un día me recriminó que no había ayudado a su hermano a desalojar el departamento donde vivía con la madre, hasta que ésta se muríó. Por eso, me dijo, no me había dado una mano cuando estuve pintando y plastificando donde actualmente vivimos....
-Eso no tiene nada que ver. Es cualquiera- Repliqué
-Lo mismo dije yo. Pero bueno. Así es todo - agregó lacónicamente.
Estamos sentados a una mesa pegada al ventanal de la calle Paraguay. Pasa una chica joven, rubia, con el pelo suelto. Leandro la mira por un instante.
-Se parece a Jésica.- Dijo sonriente.
-¿Jésica? ¿Qué Jésica?- pregunté
- Jésica Montes, la que fue mi alumna. ¿Te acordás?
-Ahora que me lo decís, me parece que si. Pero eso pasó hace mucho tiempo y tampoco concretaste nada.
-Si me dormí. Bah tuve miedo de meterme en quilombos. La mina era muy pendeja, había mucha diferencia de edad entre ella y yo.  Era docente y no quise líos. Pero a lo largo de estos años intenté ubicarla.
-¿Supiste algo de la piba?
-Poco y nada. Era empleada en Mc Donnalds. Me había comentado que laburaba en la sucursal de Santa Fe y Callao. Apenas supe que ya no cursaba más, una vuelta fui decidido a buscarla. No tuve suerte. Una de las chicas del local me comentó que Jésica había renunciado el mes anterior. Me quería morir.
-¡Mierda! ¡Qué mala leche!-
-Sí, Eduardo, si. Pero eso no es todo. Una vuelta la ubiqué en redes sociales. Twitter y Face. Pero vi que hacía mucho tiempo que no se conectaba, En una, la última vez, había sido en el 2012 y en otra en el 2015. En otras palabras no estaba usando más las redes. Siento que siempre llego tarde.
-¿Probaste con Instagram?
-Sì, este año. Cuando lo instalé en este celular nuevo. Tenía un perfil privado. Le mandé la invitación desde la cuenta oficial del salón. Pero no tuve respuesta. Encima veía que no manda muchos mensajes.
-Si le mandaste la invitación desde la cuenta oficial del salón ni debe saber que sos vos, por más que en el logotipo aparezca tu apellido. En mi opinión, deberías pedir el teléfono de la minita directamente en el instituto. No tenés que decir para qué lo querés. La llamás y acordás un encuentro con ella. No creo que de una diga que no.
Leandro permaneció pensativo.
-La llamás y ves que onda. -agregué- No se encuentren a tomar un café. Vayan a picar algo. Hay muchos lugares para comer algo sencillo. Que se de cuenta que hay un interés en ella. Hoy los flacos invitan muy poco a las minas y encima las maltratan. Mirá toda la violencia que hay. Son cosas que no entiendo.  ¿Que edad tiene Jésica?
-Debe andar por los 27 años. No más- contestó Leandro.
-Bueno, no debe ser ninguna boluda. Por ahí ya vive con un tipo. Ella te lo dirá de una. Si es así saludás cordialmente y listo. Acá no pasó nada. Pero te sacás la duda y punto final con la piba. Si no te da calce, también. A otra cosa mariposa. Mucha vuelta con todo, Lean. Mientras el tiempo pasa.
Leandro mira el reloj. Son las 17 hs. Debe ir al jardín a retirar a su hija Loretta. Pago la cuenta de lo consumido y nos vamos.
Cuando se despide me dice que va a ubicar a Jèsica a como de lugar.

sábado, 19 de julio de 2014

EL JOVEN PASTOR - INTROITO Y JORNADA PRIMERA. LA CARTA



INTROITO.
Vuelvo a mi bitácora después de casi diez meses de no publicar relato alguno. En realidad nada acicateaba mi imaginación hasta que, por fin, hallé la crónica que motiva la presente entrada y las subsiguientes.
Los hechos narrados ocurrieron hace más de cien años. No obstante, parte de la historia subsiste en algunos edificios que aún perduran en mi Ciudad, como la Parroquia Esperanza, perteneciente al culto metodista. Los protagonistas, lógicamente, ya no están entre nosotros y  distintas partes de esta historia debieron ser reconstruidas para una cabal comprensión de los acontecimientos aquí descritos. 

LA CARTA
 
Luego de su charla diaria con los obreros del puerto, Rudolph Campbell, se abre paso entre la muchedumbre. Debe comunicar la buena nueva a su esposa, Danielle. En su rápido andar, la triste barriada portuaria le resulta más bella que otros momentos. La sola posibilidad de iniciar una nueva vida y poder llevar las enseñanzas de la Biblia a países lejanos lo entusiasmaron en demasía al joven pastor. Repasa los viajes de Pablo de Tarso y los une con la posibilidad de predicar que, ahora, le han ofrecido en América del Sur.
Su imaginación vuela mientras, raudo, transitaba por la bulliciosa Church Street hasta su humilde casa.
A sus 25 años, la eventualidad de erigirse como pastor al frente de una parroquia, le parece maravillosa. En su camino, también memora, cuando trabajando en el taller de carpintería del viejo Seaver, resolvió estudiar profundamente las enseñanzas del reverendo John Wesley. La ardua labor que cumplía como ebanista, no fue obstáculo para que la iglesia metodista de Liverpool lo ordenara finalmente pastor. Devoto del amor y la caridad, tomó por esposa a la hija de Seaver, Danielle, con quien vivía en una zona retirada de Liverpool.
Se detiene al pié de la fuente Steble y vuelve a leer algunos párrafos de la carta que  Arthur le remitiera, pues se trata de una prueba contundente que Dios, en su infinita benevolencia, en la cual le indica el nuevo camino a seguir. 
Entra en la casa estrepitosamente y llama su esposa, mientras agita, en una de sus manos, la carta de Arthur Leight.   
Danielle lee detenidamente la extensa misiva, mientras Rudolph alza loas al Señor.  Ella también está emocionada. No importaba dejar atrás a su padre y a su querida Liverpool si Rudolph debe ponerse al frente de un rebaño de ovejas en la lejana Buenos Aires. Además, Arthur resalta que, amén de cumplir la labor religiosa, podrá instalar su propia carpintería y garantizarse su subsistencia.
Mientras ella termina de preparar el almuerzo, él sube hasta el dormitorio. Escudriña en una vieja caja de té y cuenta las libras guardadas en ella. Confía en que esos magros ahorros resulten suficientes para cubrir el costo de los billetes en la tercera clase de algún vapor que parta hacia América del Sur.
Esa misma tarde, luego de terminar diversas labores en la carpintería de Seaver, Rudolph se dirige al puerto. Recorre varias oficinas de compañías trasatlánticas en busca de los preciados billetes.
La tarde otoñal se extingue. Poco a poco las sombras cubren los viejos edificios portuarios. Más de un centenar de hombres, mujeres y niños, harapientos, sucios, malolientes,  esperan amontonados el momento de embarcar hacia nuevas tierras, hacia una nueva vida, hacia la libertad.
El joven pastor no puede dejar de apiadarse ante esa muchedumbre infeliz que clama por una mejor existencia, que pugna por huir del hambre y las penurias del sufrimiento y la explotación. A su izquierda, divisa el cartel de la Pacific Steam Navigation Company.  En la entrada, hay varias personas que pujan por un billete.  Teme en no encontrar billetes pero escucha a un agente naviero decir que, para la semana próxima, hay pasajes económicos en el vapor “Cedric”, que ha de cubrir la ruta Liverpool - Burdeos - Buenos Aires.
Rudolph vuelve a dar gracias al Señor y con el convencimiento que ello constituye un nuevo signo divino.

sábado, 14 de septiembre de 2013

JOSÉ GABRIEL BROCHERO, EL CURA GAUCHO



¡Hola, mis amigos!
Cualquiera que lea, o sea seguidor de mi blog, sabe (o puede darse cuenta), que lo religioso está ausente y si existen reflexiones acerca del tema, son fuertes críticas a la Iglesia Católica.
No quiero y no me interesa hacer un panegírico sobre los problemas de la fe, algo que –confieso- perdí muchos años atrás. No obstante, hago de la tolerancia y el respeto sobre el tema un auténtico dogma, porque entiendo que, la creencia (o la no creencia) de cada uno, debe ser plenamente permitida con la misma intensidad que aplicamos a la defensa de cualquier otro derecho fundamental de las personas.
Realizo esta breve reflexión, porque he elegido para mis nuevas entradas al cura Brochero.
Debo reconocer que, el interés por su figura, se ha visto profundizada con el proceso de su reciente beatificación por el Papa Bergoglio, pero aún recuerdo cuando a fines de los 70 o comienzos de los 80, el diario La Nación publicaba en su contratapa una serie de historias dibujadas sobre personajes de nuestro país. Una de aquellas historias estuvo dedicada a la figura de José Gabriel Brochero.
Su dimensión religiosa es lo que menos me interesa. A mi entender, lo que amplifica y realmente potencia la figura de Brochero es el desarrollo de su fuerte compromiso social, gestionando ante los poderes públicos la apertura de caminos, acequias, diques, estafetas postales y telégrafos. 
También supo cuestionar a legisladores cordobeses que “no se interesaban por el progreso de sus comprovincianos”, decía, al no promover leyes para que el tren llegara a estos poblados.
Brochero, además, tuvo un papel activo en la epidemia de cólera que afectó a la población de la provincia de Córdoba. Enfermó de lepra por compartir el mate junto a pacientes con esta enfermedad, quedó sordo y ciego. El Cura Brochero murió en 1914 y fue declarado venerable en febrero de 2004 por Juan Pablo II.
Brevemente recordaré que José Gabriel del Rosario Brochero nació un 16 de marzo de 1840 en el paraje Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, en el norte de Córdoba. El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote y desde 1869 se instaló en Villa del Tránsito, localidad de traslasierra que desde 1916 lleva su nombre.
La historia que aquí se contará, no pretende ceñirse al rigorismo auténtico de su vida. Es una versión libre de un personaje con una valiosa proyección social
Tomando como base su legendaria figura voy a efectuar las sucesivas entradas sobre el tema. 
Hasta pronto, como siempre.

sábado, 7 de septiembre de 2013

LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA: "¡VUELVO, VIEJOS CAMARADAS, CON EL CORAZÓN LEAL!"



Si, mi amigo. Estuve muy borrado este último tiempo. No anduve por la Internet ni merodeé la puerta del bar, ni los salones de la tanguería. La verdad es que estuve metido en baruyos hasta el caracú. El laburo, la orquesta, la doctorcita, algún que otro budincito por ahí y bueno, el tiempo se pasa… Pero como dice el gotán…vuelvo, viejos camaradas, con el corazón leal.
Mientras me morfo esta copa de frutiyas con crema santiyí le voy a ir batiendo algunas cosas que me han estado pasando y que asiduamente veo mientras yiro por la vida.
Fíjese, hay tipos a los cuales se le funde el balero tratando de encontrar la lógica en la conducta de las
mujeres. La verdad que, como tengo las cosas claras, el asunto me resbala como chorizo en fuente de loza; pero no dejo de reconocer que a más de un badulaque, la cuestión, le carcome la croqueta de forma contundente.
La salida de este laberinto siniestro, radica en conocer cómo piensan las féminas y sacarle a dicho conocimiento el jugo, igual que se exprime una mandarina.
Los otros días, después de darle al bagre, el mueble de lujo que me atraqué en la tanguería se puso a yorar como una Magdalena. En efecto, pasados aquellos apasionados y furibundos mimos que arroyadoramente nos envolvieron durante la larga noche, el budín se levantó, se puso un negliyé negro y empezó a caminar por la sapie, igual que lo hace una felina caliente. Como soy más fulminante que una saeta, casé al vuelo la tortiya que se venía y a mi sola mirada desembuchó que estaba embaruyada con otro ñato.
Al parecer, se trataba de un  ingeniero, el cual había puesto una buena distancia entre ambos al rajarse, al lejano mar de Curlandia, para ganarse la vida como laburante en una plataforma petrolera. Parece, que al tipo mal no le iba porque, mes a mes, yenaba sus bolsiyos de euros y dólares y para el pesar de mi cachorra, el susodicho, portaba en su mano el fatídico aniyo carcelero.
Por más que uno quisiese darle vuelta, se trataba de un caso típico de mujer que había dejado enroscarse la culebra y ahora no podía levantar la sabiola. Como no cortaba con el soyozo y, a decir verdad, la tramoya me importaba menos que un rabanito colorado, me fui hasta la cocina, busqué un sova de agua, le encajé dos aspirinas y me puse a mirar una película de Yames Bond. ¿A papá mono con bananas verdes? ¡Qué va! Fin del episodio. No se me movió ni un pelo. No se puede caer en la trampa del triángulo amoroso y de su eterna irresolución. En cambio, otro mangangá, en mi lugar, hubiera empezado a yenársele del balero de humo pensando en cómo podía manotearle el budín al yuyeta de Curlandia.
Verdaderamente, en esta santa cruzada que uno realiza por la vida, he visto a más de una leona como ésta convertirse en canaria enjaulada y a más de un ñato yevarse puesto una formación ferroviaria a todo vapor por meter la nariz donde no lo han llamado. Todo eyo, siempre es el lógico resultado de las estúpidas tramoyas triangulares que los adoradores de Cupido urden con santa paciencia y que, en los casos como el que nos ocupa, terminan al pegarle la brisca el golpe fatal al pobre diablo, es decir, cuando elige al insecto menos indicado.
Claro, después al breon amasijado empieza a zumbarle en el marote preguntas del siguiente calibre: ¿Cómo aquél se manya a ese bombón y yo no? ¿Por qué aquél se lastra la torta si yo hice los deberes mejor que Domingo Faustino Sarmiento? ¿Qué tiene aquél ñato que no tengo yo?
La verdad es que, cuando eso pasa, resulta más claro que el agua que el tirifilo se ha equivocado de cabo a rabo. Un tipo puede pensar que a la potranca le ha dado contención, que la ha escuchado, que le yevó el ramito de flores, que la sacó a pasear, que le compró una cartera en lo de Luis Vitón, en definitiva, que ha venido remando la situación igual que en una competencia de banco fijo y, por ende, todo lo que ha laburado debería ponerlo a la cabeza de las preferencias de la susodicha.
¡Nada más lejos! ¡Nada más lejos! En realidad, cuando la mersada se dedica a perder el tiempo con esas piojerías, retrocede casiyeros como si del juego de la oca se tratara. Porque con toda esa parafernalia de la comprensión y los regalos, el ñato que cree yegar a los quintos apurados, lo único que  está haciendo es rogarle mimos a las chuchis y esto, a las féminas, les cae como una auténtica patada en el estómago. Por eso, si hay algo que la muchachada debe tener en claro es que, en estas lides del fuego y la pasión, si uno quiere apuntar no hay que andar suplicando nada; se aprieta bien la cincha y a otra cosa.
Son muchos los años que yevo en el mercado y tengo muy buena visual para distinguir la fruta que se exhibe. Las pardas sólo posan su mirada en tipos que saben llevar las riendas. Buscan a los breones transgresores, que vamos y mordemos lo que se nos canta. En este grupo también está el ingeniero que, entre el aniyo, la distancia y los morlacos de Curlandia, hace comer a la palomita en la palma de su mano, inclusive a kilómetros de distancia. A las chuchis no les importan los alcornoques que se cuelgan de sus faldas y para saber si un fulano es un alfeñique de barro cocido, piensan las más variadas técnicas a fin de poner a prueba al incauto chichipío que cae en sus afiladas garras….

Lorenzo Mondiola


Laburar: Trabajar.
Frutiya: Fresa, frutilla.
Morfar: comer.
Balero: Cabeza.
Breon amasijazo: Hombre destruido.
Yuyeta: hombre, tipo.
Darle al bagre: fornicar.
Atracar: encarar, cortejar.
Sapie: Habitación, pieza
Chuchi: mujer atractiva.
Marote: cabeza.
Yirar: andar
Breon: hombre
Mersa: persona de baja estopa.
Manyar: comer.

miércoles, 17 de julio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 3era JORNADA. LA VENTA DE CRISTÓBAL DE ALMEIDA



La mañana se muestra esplendida. Largos días han insumido a los dos hombres alcanzar el codiciado destino. Luego de cruzar serranías, angosturas y cañadas, sortear arroyos y riachos advierten, en la distancia, las murallas de la Colonia del Sacramento, aljófar de Portugal en el Río de la Plata.
Días pasados han debido evadir varias partidas de soldados españoles que, misteriosamente, merodeaban en la zona.
Atizan los caballos y a galope trasponen los senderos de tierra rumbo a la ansiada ciudad. Diego da Albegaria respira a salvo. Sabe que, tras los baluartes de la villa, el feroz Lopes de Sequeira no podrá alcanzarlo. 
Figarelho, entona una alegre canción portuguesa en la que compara a las mujeres con el vino abocado de Madeira. El buen criado, lo acompaña desde que Albegaria se viera forzado a abandonar Lisboa ante los sicarios del Marqués de Pombal. A pesar que es zampón y estulto, siempre ha sido infinitamente leal siguiéndolo en cuanta empresa Don Diego resolviera embarcarse.
En Colonia del Sacramento, donde reinan los contrabandistas y el librecambio, debe  hallar a Eleazar Coelho, un comerciante de origen judío amigo de su padre y afincado en estas latitudes. Él le cambiará las esmeraldas que fueran robadas a Lopes de Sequeira.
Don Diego y Figarelho cruzan la fortificación a través del Portón de Campo y su puente levadizo, custodiados celosamente por las tropas del rey Joao. La villa, con sus casas y ranchos de piedra, se alza regia ante la mirada cansada de Albegaria y su sirviente. Recorren a pié la ciudad, buscando un lugar para hospedarse y conseguir nuevas monturas para sus caballos. Maravillados, en el puerto divisan los velámenes de bergantines y goletas de Inglaterra, de Francia, de Holanda, de Portugal. El trajín permanente de las gentes con sus criados, de las tropas del rey, de los indios que venden sus panes y mantas como de los zambos y mulatos ofreciendo comida al transeúnte, hacen de Colonia del Sacramento una plaza bulliciosa.
En la venta de Cristóbal da Almeida, los dos hombres, han encontrado techo y comida. Allí, también, han obtenido información sobre el destino de Eleazar Coelho. Más tarde marcharán a su casa a reunirse con él.
Los forasteros son atendidos por Estrella, una india al servicio de la venta. La joven escucha atenta el relato de los bandeirantes. El abandono de Sao Paulo, el escape de las garras charrúas, el encuentro con los esclavistas y la larga travesía que han debido encarar para arribar a esas tierras. Estrella memora que, en la ciudad y la campaña, corren historias extrañas sobre encantamientos y otros relatos extraordinarios. La leyenda de la india muerta Ulita, la bruja del río, el anillo de hierro, son algunos de los relatos que la moza comenta  a los viajeros. Albegaria, taciturno, contempla el lugar. Figarelho, sentado a una gran mesa rústica de jacarandá,  calma su sed con vino de Minho mientras conversa con la mujer y la hija del ventero.
Se escucha el redoble lejano del tambor de la guardia. Lentamente la villa se apaga. Un viento de fuerza extraña sopla sobre la ciudad. Albegaria golpea el hombro de su criado. Es hora de marchar a lo de Eleazar.

martes, 9 de julio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 2da JORNADA: EL GRITO EN LA NOCHE



Albegaria y Figarelho pasan la noche en la espesura del monte. Con artes aprendidas en la bandeira de Lopes de Sequeira, han capturado dos caballos que pastaban en el lugar. Los dos hombres se hallan sentados junto al fuego. Albegaria se muestra ansioso por llegar a la Colonia. Figarelho, torpe y voraz, devora la pechuga del  pato que cazaran para la cena. Únicamente se escucha el canto rechinante de los grillos y las cigarras.
Súbitamente un sollozo rompe el silencio nocturno.
Diego rápidamente apaga el fuego. Pueden ser los aguerridos charrúas merodeando por el lugar. En el apuro, el criado se ha atragantado con la comida y tose. Albegaria hace un suplicante ademán de silencio. Nuevamente retumba el grito. Figarelho se persigna y recuerda que esos baladros son propios de la Santa Compaña o peregrinación de las ánimas en pena. Lo sabe bien porque la ha visto en su Mirandela natal y hasta en el mismo Sao Paulo.
Otra vez el llanto brutal resuena. Don Diego, impávido, cree que es momento de averiguar qué sucede en la obscura floresta.
Mientras invoca la protección de San Moisés, el aterrado Figarelho sigue de cerca al bandeirante. Ambos, con extremo sigilo, se deslizan por el bosque. Preciso es descubrir el origen de aquellos alaridos que estremencen la noche.
Caminan un rato y en un claro próximo, advierten un fuego y más allá tres bandeirantes con un grupo de indios esclavizados. El grito desgarrador proviene de uno de los cautivos a quién sus apresadores están azotando.
Se requiere actuar con celeridad. Si Figarelho logra atraer al grupo, Albegaria liberará a los indios y luego irá en su ayuda.
El criado agita unos arbustos y dos bandeirantes resuelven investigar. Don Diego se desliza por uno de los flancos del campamento. Furtivamente, se escurre hasta los cautivos y, cuando se apresta a cortar los tientos de cuero que los oprimen, es descubierto por el esclavista. Entonces, Albegaria se contornea, gira, rueda hasta alcanzar un madero incandescente y, sin mediar palabra alguna, quema el rostro de su contrincante. El bandeirante grita, impreca, pide ayuda. Diego da Albegaria, en tanto, libera a los indios cautivos y va tras el tenaz Figarelho.
Uno de los esclavistas se ha internado en el monte convencido estar en presencia de una treta pergeñada por las tribus del lugar. El otro, ha regresado tras los gritos de auxilio provenientes del campamento. 
El precipitado Figarelho, en tanto, ha quedado atrapado entre unos punzantes arbustos y lucha por zafar de la inesperada trampa. Ha desgarrado su camisola, más no logra escapar de las espinosas ramas. Alcanzado por su perseguidor, clama lastimeramente por su vida. Dispuesto el bandeirante a terminar con ella, la certera intervención de Don Diego salva al criado del cruento final.
Derribado el esclavista infame, patrón y lacayo raudamente retornan al campamento. Montan sus caballos y a galope, en la noche densa, se pierden tras la esperanza de forjar una nueva vida.

sábado, 29 de junio de 2013

EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. JORNADA PRIMERA: EL RITO



El ulular feroz de los charrúas irrumpe en la noche profunda. Los dos hombres han sido amarrados al ceibo sagrado. Capturados al vadear las aguas del Vacacaí, arrastrados por días através de los frondosos valles y riachos que cruzan las colinas de Santa Ana,  fueron conducidos por la indiada hasta la sombría cañada donde se alza el añoso ceibo.
El viejo chamán invoca al Espíritu Protector y da inicio al rito de sacrificio de los cautivos. Diego da Albegaria, un bandeirante, guarda silencio. A su lado Figarelho, el criado, solloza.
Susurra el viento. El bosque se estremece cuando el brujo pronuncia las sacras palabras que dan inicio al rito. Figarelho, aterrado, cree escuchar voces del trasmundo. Con súbito furor el céfiro farfullo se convierte en bufido indómito. Árboles y yuyos se inclinan. El follaje del gran ceibo se agita incontrolable. Don Diego, impávido, aguarda que el brujo clave el cuchillo y cumpla el rito de arrancarle su corazón palpitante. El criado, por su parte, alza llorosamente plegarias al abad San Benito.
Mientras los charrúas claman la muerte de los cautivos, la noche parece obscurecerse aún más. El pálido rostro de Guidai, la luna, ya no se divisa. El chaman se detiene. Insta, de rodillas, al gran Espíritu. La furia de los elementos hace temblar a la indiada bravía y lentamente se acurruca sobre la cañada como si buscaran protección entre los unos y los otros.
El hechicero vocifera palabras incomprensibles para los dos portugueses. Estalla una tormenta. La lluvia cae copiosamente. El vendaval, irrefrenable, arranca arbustos y hojas. Entonces, es cuando un rayo fulgurante se precipita sobre el enorme ceibo partiéndolo por mitades y arrojando por los suelos a los cautivos desvanecidos. El rugido del trueno hace estremecer el lóbrego sitio. Los charrúas huyen pavorosos del lugar sin reparar en los dos prisioneros.
Pasan algunas horas y el aguacero se desvanece. Llega la alborada. Don Diego da Albegaria, el bandeirante, se recupera. Divisa en un pajonal próximo el cuerpo de su criado. ¡Está vivo! Intenta reanimarlo. Figarelho, recuperando lentamente el sentido, confunde a Don Diego con algún ser del inframundo o con algún santo al que habitualmente pide protección y se abalanza a los pies de su patrón. Albegaría procura calmarlo, explicándole que han sobrevivido a los indios, gracias a la providencial tormenta que se desatara por la noche.
Figarelho, abraza a Don Diego. Se persigna y cree que la salvación de ambos ha sido obra del espíritu benéfico de San Joao de la Cruz.
Albegaria encuentra, entre los restos del ceibo, la bolsa con esmeraldas que le robara al brutal Sequeira. En ella hay suficiente para iniciar una nueva vida. Advierte que están perdidos y sin caballos. Deberán caminar para encontrar la ruta que los conduzca a un sitio seguro. Desde que abandonaran Sao Paulo, escapando de la bandeira de Lopes de Sequeira, han seguido camino hacia el sur. Sin sus mapas, en su cautiverio, el bandeirante únicamente ha podido escudriñar el cielo nocturno y si bien sabe que la tribu mantuvo el rumbo hacia el sur, ahora siente que se hallan extraviados.
El extrovertido Figarelho teme por un eventual regreso de la tribu charrúa. Albegaria, medita sobre cuál es el mejor camino a seguir.  Avanzarán por la espesura y aguardaran a que la noche caiga. Con la ayuda de las estrellas, Don Diego piensa encontrar la ruta a la Colonia del Sacramento y así poder vender allí su valiosa carga de esmeraldas.