Una tarde de diciembre de 2019, días antes de Navidad. Estamos en la confitería Saint Moritz de Esmeralda y Paraguay...
Un poco de barullo en el lugar. Superposición de conversaciones. Algo de ruido de platos y vasos. La voz del mozo reclamando el pedido de una mesa. Hace más de una hora que converso con Leandro. Vamos por el segundo café.
-Decíme Leandro, ¿aún la seguís viendo a Betina.?,pregunté con curiosidad.
-Sí. Aùn la veo. Trabajo aula de por medio. Cada vez que la miro, siempre enfrascada en la lectura de papeles y libros, me parece muy linda.
- Qué historia, amigo. Primero ella estaba casada y vos soltero. Después ella divorciada y vos casado...
-La verdad Eduardo que yo estaba en otra cuando ella se divorció. Además tuvo una relación muy complicada con el ex marido. Cuando me enteré que se había separado no quise probar suerte. El tipo le hacía la psicológica, la amenazaba. Beti terminó perdiendo guita y otros quilombos más...Me pareció que no daba intentar nada.
-Ufff...que mal, Leandro. Ella siempre seria y responsable.
-Sí, tal cual. Después de eso no salió con nadie más: hasta lo que se se abstrajo del mundo. Hace cursos, lee, se refugia en sus hijos. Vive sola con los dos pibes en Olivos. Creo que por las tardes sale a correr cerca del puerto de Olivos. Supongo que canaliza su líbido a través del estudio y esas cosas...
Se hizo un breve silencio. Luego, Leandro prosiguió.
-Y mis cosas con Fabi están ahì. La verdad que se pone muy densa y demandante. Se queja que estoy siempre ocupado. Pero es la verdad, Eduardo. Trabajo en el salón de fiestas, doy clases en el Instituto. Asesoro a quienes se quieren meter en el rubro de la organización de eventos, pago todas las cuentas, expensas, el jardín de Loretta, etc. Me parece injusta su recriminación.
-¿Lo hablaste con ella?
-Sí y he tenido respuestas de lo más insólitas. Un día me recriminó que no había ayudado a su hermano a desalojar el departamento donde vivía con la madre, hasta que ésta se muríó. Por eso, me dijo, no me había dado una mano cuando estuve pintando y plastificando donde actualmente vivimos....
-Eso no tiene nada que ver. Es cualquiera- Repliqué
-Lo mismo dije yo. Pero bueno. Así es todo - agregó lacónicamente.
Estamos sentados a una mesa pegada al ventanal de la calle Paraguay. Pasa una chica joven, rubia, con el pelo suelto. Leandro la mira por un instante.
-Se parece a Jésica.- Dijo sonriente.
-¿Jésica? ¿Qué Jésica?- pregunté
- Jésica Montes, la que fue mi alumna. ¿Te acordás?
-Ahora que me lo decís, me parece que si. Pero eso pasó hace mucho tiempo y tampoco concretaste nada.
-Si me dormí. Bah tuve miedo de meterme en quilombos. La mina era muy pendeja, había mucha diferencia de edad entre ella y yo. Era docente y no quise líos. Pero a lo largo de estos años intenté ubicarla.
-¿Supiste algo de la piba?
-Poco y nada. Era empleada en Mc Donnalds. Me había comentado que laburaba en la sucursal de Santa Fe y Callao. Apenas supe que ya no cursaba más, una vuelta fui decidido a buscarla. No tuve suerte. Una de las chicas del local me comentó que Jésica había renunciado el mes anterior. Me quería morir.
-¡Mierda! ¡Qué mala leche!-
-Sí, Eduardo, si. Pero eso no es todo. Una vuelta la ubiqué en redes sociales. Twitter y Face. Pero vi que hacía mucho tiempo que no se conectaba, En una, la última vez, había sido en el 2012 y en otra en el 2015. En otras palabras no estaba usando más las redes. Siento que siempre llego tarde.
-¿Probaste con Instagram?
-Sì, este año. Cuando lo instalé en este celular nuevo. Tenía un perfil privado. Le mandé la invitación desde la cuenta oficial del salón. Pero no tuve respuesta. Encima veía que no manda muchos mensajes.
-Si le mandaste la invitación desde la cuenta oficial del salón ni debe saber que sos vos, por más que en el logotipo aparezca tu apellido. En mi opinión, deberías pedir el teléfono de la minita directamente en el instituto. No tenés que decir para qué lo querés. La llamás y acordás un encuentro con ella. No creo que de una diga que no.
Leandro permaneció pensativo.
-La llamás y ves que onda. -agregué- No se encuentren a tomar un café. Vayan a picar algo. Hay muchos lugares para comer algo sencillo. Que se de cuenta que hay un interés en ella. Hoy los flacos invitan muy poco a las minas y encima las maltratan. Mirá toda la violencia que hay. Son cosas que no entiendo. ¿Que edad tiene Jésica?
-Debe andar por los 27 años. No más- contestó Leandro.
-Bueno, no debe ser ninguna boluda. Por ahí ya vive con un tipo. Ella te lo dirá de una. Si es así saludás cordialmente y listo. Acá no pasó nada. Pero te sacás la duda y punto final con la piba. Si no te da calce, también. A otra cosa mariposa. Mucha vuelta con todo, Lean. Mientras el tiempo pasa.
Leandro mira el reloj. Son las 17 hs. Debe ir al jardín a retirar a su hija Loretta. Pago la cuenta de lo consumido y nos vamos.
Cuando se despide me dice que va a ubicar a Jèsica a como de lugar.
La Bitácora de Eduardo
Blog personal alimentado de reflexiones propias, narraciones reales e historias de la mente humana. La voz de los sin voz
sábado, 4 de abril de 2020
sábado, 19 de julio de 2014
EL JOVEN PASTOR - INTROITO Y JORNADA PRIMERA. LA CARTA
INTROITO.
Vuelvo a mi bitácora después de
casi diez meses de no publicar relato alguno. En realidad nada acicateaba mi
imaginación hasta que, por fin, hallé la crónica que motiva la presente entrada
y las subsiguientes.
Los hechos narrados ocurrieron
hace más de cien años. No obstante, parte de la historia subsiste en algunos
edificios que aún perduran en mi Ciudad, como la Parroquia Esperanza,
perteneciente al culto metodista. Los protagonistas, lógicamente, ya no están
entre nosotros y distintas partes de
esta historia debieron ser reconstruidas para una cabal comprensión de los
acontecimientos aquí descritos.
LA CARTA
Luego de su charla diaria con los
obreros del puerto, Rudolph Campbell, se abre paso entre la muchedumbre. Debe
comunicar la buena nueva a su esposa, Danielle. En su rápido andar, la triste
barriada portuaria le resulta más bella que otros momentos. La sola posibilidad
de iniciar una nueva vida y poder llevar las enseñanzas de la Biblia a países lejanos lo
entusiasmaron en demasía al joven pastor. Repasa los viajes de Pablo de Tarso y
los une con la posibilidad de predicar que, ahora, le han ofrecido en América
del Sur.
Su imaginación vuela mientras, raudo,
transitaba por la bulliciosa Church Street hasta su humilde casa.
A sus 25 años, la eventualidad de
erigirse como pastor al frente de una parroquia, le parece maravillosa. En su
camino, también memora, cuando trabajando en el taller de carpintería del viejo
Seaver, resolvió estudiar profundamente las enseñanzas del reverendo John
Wesley. La ardua labor que cumplía como ebanista, no fue obstáculo para que la
iglesia metodista de Liverpool lo ordenara finalmente pastor. Devoto del amor y
la caridad, tomó por esposa a la hija de Seaver, Danielle, con quien vivía en
una zona retirada de Liverpool.
Se detiene al pié de la fuente
Steble y vuelve a leer algunos párrafos de la carta que Arthur le remitiera, pues se trata de una
prueba contundente que Dios, en su infinita benevolencia, en la cual le indica
el nuevo camino a seguir.
Entra en la casa estrepitosamente
y llama su esposa, mientras agita, en una de sus manos, la carta de Arthur Leight.
Danielle lee detenidamente la
extensa misiva, mientras Rudolph alza loas al Señor. Ella también está emocionada. No importaba
dejar atrás a su padre y a su querida Liverpool si Rudolph debe ponerse al
frente de un rebaño de ovejas en la lejana Buenos Aires. Además, Arthur resalta
que, amén de cumplir la labor religiosa, podrá instalar su propia carpintería y
garantizarse su subsistencia.
Mientras ella termina de preparar
el almuerzo, él sube hasta el dormitorio. Escudriña en una vieja caja de té y cuenta
las libras guardadas en ella. Confía en que esos magros ahorros resulten
suficientes para cubrir el costo de los billetes en la tercera clase de algún vapor
que parta hacia América del Sur.
Esa misma tarde, luego de
terminar diversas labores en la carpintería de Seaver, Rudolph se dirige al puerto.
Recorre varias oficinas de compañías trasatlánticas en busca de los preciados
billetes.
La tarde otoñal se extingue. Poco
a poco las sombras cubren los viejos edificios portuarios. Más de un centenar
de hombres, mujeres y niños, harapientos, sucios, malolientes, esperan amontonados el momento de embarcar
hacia nuevas tierras, hacia una nueva vida, hacia la libertad.
El joven pastor no puede dejar de
apiadarse ante esa muchedumbre infeliz que clama por una mejor existencia, que pugna
por huir del hambre y las penurias del sufrimiento y la explotación. A su
izquierda, divisa el cartel de la Pacific Steam Navigation Company. En la entrada, hay varias personas que pujan
por un billete. Teme en no encontrar
billetes pero escucha a un agente naviero decir que, para la semana próxima,
hay pasajes económicos en el vapor “Cedric”, que ha de cubrir la ruta Liverpool
- Burdeos - Buenos Aires.
Rudolph vuelve a dar gracias al
Señor y con el convencimiento que ello constituye un nuevo signo divino.
sábado, 14 de septiembre de 2013
JOSÉ GABRIEL BROCHERO, EL CURA GAUCHO
¡Hola, mis amigos!
Cualquiera que lea, o sea seguidor
de mi blog, sabe (o puede darse cuenta), que lo religioso está ausente y si
existen reflexiones acerca del tema, son fuertes críticas a la Iglesia
Católica.
No quiero y no me interesa hacer
un panegírico sobre los problemas de la fe, algo que –confieso- perdí muchos años atrás. No obstante, hago de la tolerancia y el respeto sobre el tema un auténtico dogma,
porque entiendo que, la creencia (o la no creencia) de cada uno, debe ser
plenamente permitida con la misma intensidad que aplicamos a la defensa de cualquier otro derecho fundamental de las
personas.
Realizo esta breve reflexión, porque
he elegido para mis nuevas entradas al cura Brochero.
Debo reconocer que, el interés por su figura, se ha visto
profundizada con el proceso de su reciente beatificación por el Papa Bergoglio,
pero aún recuerdo cuando a fines de los 70 o comienzos de los 80, el diario La Nación publicaba en su
contratapa una serie de historias dibujadas sobre personajes de nuestro país. Una
de aquellas historias estuvo dedicada a la figura de José Gabriel Brochero.
Su dimensión
religiosa es lo que menos me interesa. A mi entender, lo que amplifica y realmente potencia la
figura de Brochero es el desarrollo de su fuerte compromiso social, gestionando
ante los poderes públicos la apertura de caminos, acequias, diques, estafetas
postales y telégrafos.
También supo cuestionar a
legisladores cordobeses que “no se interesaban por el progreso de sus comprovincianos”,
decía, al no promover leyes para que el tren llegara a estos poblados.
Brochero, además,
tuvo un papel activo en la epidemia de cólera que afectó a la
población de la provincia de Córdoba. Enfermó de lepra por compartir el mate
junto a pacientes con esta enfermedad, quedó sordo y ciego. El Cura
Brochero murió en 1914 y fue declarado venerable en febrero de 2004 por Juan
Pablo II.
Brevemente
recordaré que José Gabriel del Rosario Brochero nació un 16 de marzo de 1840 en
el paraje Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, en el norte de
Córdoba. El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote y desde 1869 se
instaló en Villa del Tránsito, localidad de traslasierra que desde 1916 lleva
su nombre.
La historia que
aquí se contará, no pretende ceñirse al rigorismo auténtico de su vida. Es una
versión libre de un personaje con una valiosa proyección social
Tomando como base su legendaria figura voy a efectuar las
sucesivas entradas sobre el tema.
Hasta pronto, como siempre.
sábado, 7 de septiembre de 2013
LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA: "¡VUELVO, VIEJOS CAMARADAS, CON EL CORAZÓN LEAL!"
Si, mi amigo. Estuve muy borrado
este último tiempo. No anduve por la Internet ni merodeé la puerta del bar, ni los
salones de la tanguería. La verdad es que estuve metido en baruyos hasta
el caracú. El laburo, la orquesta, la doctorcita, algún que otro budincito por
ahí y bueno, el tiempo se pasa… Pero como dice el gotán…vuelvo, viejos
camaradas, con el corazón leal.
Mientras me morfo esta copa de
frutiyas con crema santiyí le voy a ir batiendo algunas cosas que me han estado
pasando y que asiduamente veo mientras yiro por la vida.
Fíjese, hay tipos a los cuales se
le funde el balero tratando de encontrar la lógica en la conducta de las
mujeres. La verdad que, como tengo las cosas claras, el asunto me resbala como
chorizo en fuente de loza; pero no dejo de reconocer que a más de un badulaque,
la cuestión, le carcome la croqueta de forma contundente.
La salida de este laberinto
siniestro, radica en conocer cómo piensan las féminas y sacarle a dicho conocimiento
el jugo, igual que se exprime una mandarina.
Los otros días, después de darle
al bagre, el mueble de lujo que me atraqué en la tanguería se puso a yorar como
una Magdalena. En efecto, pasados aquellos apasionados y furibundos mimos que
arroyadoramente nos envolvieron durante la larga noche, el budín se levantó, se
puso un negliyé negro y empezó a caminar por la sapie, igual que lo hace una
felina caliente. Como soy más fulminante que una saeta, casé al vuelo la
tortiya que se venía y a mi sola mirada desembuchó que estaba embaruyada con otro
ñato.
Al parecer, se trataba de un ingeniero, el cual había puesto una buena
distancia entre ambos al rajarse, al lejano mar de Curlandia, para ganarse la
vida como laburante en una plataforma petrolera. Parece, que al tipo mal no le
iba porque, mes a mes, yenaba sus bolsiyos de euros y dólares y para el pesar
de mi cachorra, el susodicho, portaba en su mano el fatídico aniyo carcelero.
Por más que uno quisiese darle
vuelta, se trataba de un caso típico de mujer que había dejado enroscarse la
culebra y ahora no podía levantar la sabiola. Como no cortaba con el soyozo y, a
decir verdad, la tramoya me importaba menos que un rabanito colorado, me fui
hasta la cocina, busqué un sova de agua, le encajé dos aspirinas y me puse a
mirar una película de Yames Bond. ¿A papá mono con bananas verdes? ¡Qué va! Fin
del episodio. No se me movió ni un pelo. No se puede caer en la trampa del
triángulo amoroso y de su eterna irresolución. En cambio, otro mangangá, en mi
lugar, hubiera empezado a yenársele del balero de humo pensando en cómo podía manotearle
el budín al yuyeta de Curlandia.
Verdaderamente, en esta santa
cruzada que uno realiza por la vida, he visto a más de una leona como ésta convertirse
en canaria enjaulada y a más de un ñato yevarse puesto una formación
ferroviaria a todo vapor por meter la nariz donde no lo han llamado. Todo eyo, siempre
es el lógico resultado de las estúpidas tramoyas triangulares que los
adoradores de Cupido urden con santa paciencia y que, en los casos como el que
nos ocupa, terminan al pegarle la brisca el golpe fatal al pobre diablo, es
decir, cuando elige al insecto menos indicado.
Claro, después al breon amasijado
empieza a zumbarle en el marote preguntas del siguiente calibre: ¿Cómo aquél se manya
a ese bombón y yo no? ¿Por qué aquél se lastra la torta si yo hice los deberes
mejor que Domingo Faustino Sarmiento? ¿Qué tiene aquél ñato que no tengo yo?
La verdad es que, cuando eso pasa,
resulta más claro que el agua que el tirifilo se ha equivocado de cabo a rabo.
Un tipo puede pensar que a la potranca le ha dado contención, que la ha escuchado,
que le yevó el ramito de flores, que la sacó a pasear, que le compró una
cartera en lo de Luis Vitón, en definitiva, que ha venido remando la situación igual
que en una competencia de banco fijo y, por ende, todo lo que ha laburado debería
ponerlo a la cabeza de las preferencias de la susodicha.
¡Nada más lejos! ¡Nada más lejos!
En realidad, cuando la mersada se dedica a perder el tiempo con esas piojerías,
retrocede casiyeros como si del juego de la oca se tratara. Porque con toda esa
parafernalia de la comprensión y los regalos, el ñato que cree yegar a los
quintos apurados, lo único que está
haciendo es rogarle mimos a las chuchis y esto, a las féminas, les cae como una
auténtica patada en el estómago. Por eso, si hay algo que la muchachada debe tener
en claro es que, en estas lides del fuego y la pasión, si uno quiere apuntar no
hay que andar suplicando nada; se aprieta bien la cincha y a otra cosa.
Son muchos los años que yevo en
el mercado y tengo muy buena visual para distinguir la fruta que se exhibe. Las
pardas sólo posan su mirada en tipos que saben llevar las riendas. Buscan a los
breones transgresores, que vamos y mordemos lo que se nos canta. En este grupo
también está el ingeniero que, entre el aniyo, la distancia y los morlacos de
Curlandia, hace comer a la palomita en la palma de su mano, inclusive a
kilómetros de distancia. A las chuchis no les importan los alcornoques que se
cuelgan de sus faldas y para saber si un fulano es un alfeñique de barro cocido,
piensan las más variadas técnicas a fin de poner a prueba al incauto chichipío
que cae en sus afiladas garras….
Lorenzo Mondiola
Laburar: Trabajar.
Frutiya: Fresa, frutilla.
Morfar: comer.
Balero: Cabeza.
Breon amasijazo: Hombre
destruido.
Yuyeta: hombre, tipo.
Darle al bagre: fornicar.
Atracar: encarar, cortejar.
Sapie: Habitación, pieza
Chuchi: mujer atractiva.
Marote: cabeza.
Yirar: andar
Breon: hombre
Mersa: persona de baja estopa.
Manyar: comer.
miércoles, 17 de julio de 2013
EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 3era JORNADA. LA VENTA DE CRISTÓBAL DE ALMEIDA
La mañana se muestra esplendida. Largos
días han insumido a los dos hombres alcanzar el codiciado destino. Luego de
cruzar serranías, angosturas y cañadas, sortear arroyos y riachos advierten, en
la distancia, las murallas de la
Colonia del Sacramento, aljófar de Portugal en el Río de la Plata.
Días pasados han debido evadir
varias partidas de soldados españoles que, misteriosamente, merodeaban en la
zona.
Atizan los caballos y a galope
trasponen los senderos de tierra rumbo a la ansiada ciudad. Diego da Albegaria
respira a salvo. Sabe que, tras los baluartes de la villa, el feroz Lopes de
Sequeira no podrá alcanzarlo.
Figarelho, entona una alegre
canción portuguesa en la que compara a las mujeres con el vino abocado de
Madeira. El buen criado, lo acompaña desde que Albegaria se viera forzado a
abandonar Lisboa ante los sicarios del Marqués de Pombal. A pesar que es zampón
y estulto, siempre ha sido infinitamente leal siguiéndolo en cuanta empresa Don
Diego resolviera embarcarse.
En Colonia del Sacramento, donde
reinan los contrabandistas y el librecambio, debe hallar a Eleazar Coelho, un comerciante de
origen judío amigo de su padre y afincado en estas latitudes. Él le cambiará
las esmeraldas que fueran robadas a Lopes de Sequeira.
Don Diego y Figarelho cruzan la
fortificación a través del Portón de Campo y su puente levadizo, custodiados celosamente
por las tropas del rey Joao. La villa, con sus casas y ranchos de piedra, se alza
regia ante la mirada cansada de Albegaria y su sirviente. Recorren a pié la
ciudad, buscando un lugar para hospedarse y conseguir nuevas monturas para sus
caballos. Maravillados, en el puerto divisan los velámenes de bergantines y
goletas de Inglaterra, de Francia, de Holanda, de Portugal. El trajín permanente
de las gentes con sus criados, de las tropas del rey, de los indios que venden
sus panes y mantas como de los zambos y mulatos ofreciendo comida al
transeúnte, hacen de Colonia del Sacramento una plaza bulliciosa.
En la venta de Cristóbal da
Almeida, los dos hombres, han encontrado techo y comida. Allí, también, han
obtenido información sobre el destino de Eleazar Coelho. Más tarde marcharán a
su casa a reunirse con él.
Los forasteros son atendidos por
Estrella, una india al servicio de la venta. La joven escucha atenta el relato de los
bandeirantes. El abandono de Sao Paulo, el escape de las garras
charrúas, el encuentro con los esclavistas y la larga travesía que han debido
encarar para arribar a esas tierras. Estrella memora que, en la ciudad y la campaña, corren historias extrañas sobre encantamientos y otros relatos extraordinarios. La leyenda de la india muerta Ulita, la bruja del río, el anillo de hierro, son algunos de los relatos que la moza comenta a los viajeros. Albegaria, taciturno, contempla el lugar. Figarelho, sentado a una gran mesa rústica de jacarandá, calma su sed con vino de Minho mientras
conversa con la mujer y la hija del ventero.
Se escucha el redoble lejano del
tambor de la guardia. Lentamente la villa se apaga. Un viento de fuerza extraña sopla sobre la ciudad. Albegaria golpea el hombro
de su criado. Es hora de marchar a lo de Eleazar.
martes, 9 de julio de 2013
EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. 2da JORNADA: EL GRITO EN LA NOCHE
Albegaria y Figarelho pasan la
noche en la espesura del monte. Con artes aprendidas en la bandeira de Lopes de
Sequeira, han capturado dos caballos que pastaban en el lugar. Los dos hombres
se hallan sentados junto al fuego. Albegaria se muestra ansioso por llegar a la Colonia. Figarelho,
torpe y voraz, devora la pechuga del pato
que cazaran para la cena. Únicamente se escucha el canto rechinante de los
grillos y las cigarras.
Súbitamente un sollozo rompe el
silencio nocturno.
Diego rápidamente apaga el fuego.
Pueden ser los aguerridos charrúas merodeando por el lugar. En el apuro, el
criado se ha atragantado con la comida y tose. Albegaria hace un suplicante ademán
de silencio. Nuevamente retumba el grito. Figarelho se persigna y recuerda que
esos baladros son propios de la Santa Compaña o peregrinación de las ánimas en pena.
Lo sabe bien porque la ha visto en su Mirandela natal y hasta en el mismo Sao
Paulo.
Otra vez el llanto brutal resuena. Don
Diego, impávido, cree que es momento de averiguar qué sucede en la obscura
floresta.
Mientras invoca la protección de
San Moisés, el aterrado Figarelho sigue de cerca al bandeirante. Ambos, con
extremo sigilo, se deslizan por el bosque. Preciso es descubrir el origen de
aquellos alaridos que estremencen la noche.
Caminan un rato y en un claro próximo,
advierten un fuego y más allá tres bandeirantes con un grupo de indios
esclavizados. El grito desgarrador proviene de uno de los cautivos a quién sus apresadores
están azotando.
Se requiere actuar con celeridad.
Si Figarelho logra atraer al grupo, Albegaria liberará a los indios y luego irá
en su ayuda.
El criado agita unos arbustos y
dos bandeirantes resuelven investigar. Don Diego se desliza por uno de los
flancos del campamento. Furtivamente, se escurre hasta los cautivos y, cuando se
apresta a cortar los tientos de cuero que los oprimen, es descubierto por el
esclavista. Entonces, Albegaria se contornea, gira, rueda hasta alcanzar un
madero incandescente y, sin mediar palabra alguna, quema el rostro de su
contrincante. El bandeirante grita, impreca, pide ayuda. Diego da Albegaria, en
tanto, libera a los indios cautivos y va tras el tenaz Figarelho.
Uno de los esclavistas se ha
internado en el monte convencido estar en presencia de una treta pergeñada
por las tribus del lugar. El otro, ha regresado tras los gritos de auxilio
provenientes del campamento.
El precipitado Figarelho, en
tanto, ha quedado atrapado entre unos punzantes arbustos y lucha por zafar de
la inesperada trampa. Ha desgarrado su camisola, más no logra escapar de las
espinosas ramas. Alcanzado por su perseguidor, clama lastimeramente por su
vida. Dispuesto el bandeirante a terminar con ella, la certera
intervención de Don Diego salva al criado del cruento final.
Derribado el esclavista infame, patrón y
lacayo raudamente retornan al campamento. Montan sus caballos y a galope, en la
noche densa, se pierden tras la esperanza de forjar una nueva vida.
sábado, 29 de junio de 2013
EL ÚLTIMO BANDEIRANTE. JORNADA PRIMERA: EL RITO
El ulular feroz de los charrúas
irrumpe en la noche profunda. Los dos hombres han sido amarrados al ceibo
sagrado. Capturados al vadear las aguas del Vacacaí, arrastrados por días
através de los frondosos valles y riachos que cruzan las colinas de Santa Ana, fueron conducidos por la indiada hasta la
sombría cañada donde se alza el añoso ceibo.
El viejo chamán invoca al
Espíritu Protector y da inicio al rito de sacrificio de los cautivos. Diego da
Albegaria, un bandeirante, guarda silencio. A su lado Figarelho, el criado, solloza.
Susurra el viento. El bosque se
estremece cuando el brujo pronuncia las sacras palabras que dan inicio al rito.
Figarelho, aterrado, cree escuchar voces del trasmundo. Con súbito furor el
céfiro farfullo se convierte en bufido indómito. Árboles y yuyos se inclinan.
El follaje del gran ceibo se agita incontrolable. Don Diego, impávido, aguarda
que el brujo clave el cuchillo y cumpla el rito de arrancarle su corazón
palpitante. El criado, por su parte, alza llorosamente plegarias al abad San
Benito.
Mientras los charrúas claman la
muerte de los cautivos, la noche parece obscurecerse aún más. El pálido rostro
de Guidai, la luna, ya no se divisa. El chaman se detiene. Insta, de rodillas, al
gran Espíritu. La furia de los elementos hace temblar a la indiada bravía y lentamente
se acurruca sobre la cañada como si buscaran protección entre los unos y los
otros.
El hechicero vocifera palabras
incomprensibles para los dos portugueses. Estalla una tormenta. La lluvia cae
copiosamente. El vendaval, irrefrenable, arranca arbustos y hojas. Entonces, es
cuando un rayo fulgurante se precipita sobre el enorme ceibo partiéndolo por
mitades y arrojando por los suelos a los cautivos desvanecidos. El rugido del
trueno hace estremecer el lóbrego sitio. Los charrúas huyen pavorosos del lugar
sin reparar en los dos prisioneros.
Pasan algunas horas y el aguacero
se desvanece. Llega la alborada. Don Diego da Albegaria, el bandeirante, se recupera. Divisa en un pajonal próximo el cuerpo de su criado. ¡Está vivo! Intenta
reanimarlo. Figarelho, recuperando lentamente el sentido, confunde a Don Diego
con algún ser del inframundo o con algún santo al que habitualmente pide
protección y se abalanza a los pies de su patrón. Albegaría procura calmarlo,
explicándole que han sobrevivido a los indios, gracias a la providencial
tormenta que se desatara por la noche.
Figarelho, abraza a Don Diego. Se
persigna y cree que la salvación de ambos ha sido obra del espíritu benéfico de
San Joao de la Cruz.
Albegaria encuentra, entre los
restos del ceibo, la bolsa con esmeraldas que le robara al brutal Sequeira. En
ella hay suficiente para iniciar una nueva vida. Advierte que están perdidos y
sin caballos. Deberán caminar para encontrar la ruta que los conduzca a un sitio seguro. Desde que abandonaran Sao Paulo, escapando de la
bandeira de Lopes de Sequeira, han seguido camino hacia el sur. Sin sus mapas, en
su cautiverio, el bandeirante únicamente ha podido escudriñar el cielo nocturno
y si bien sabe que la tribu mantuvo el rumbo hacia el sur, ahora siente que se
hallan extraviados.
El extrovertido Figarelho teme por
un eventual regreso de la tribu charrúa. Albegaria, medita sobre cuál es el
mejor camino a seguir. Avanzarán por la
espesura y aguardaran a que la noche caiga. Con la ayuda de las estrellas, Don
Diego piensa encontrar la ruta a la
Colonia del Sacramento y así poder vender allí su valiosa carga de
esmeraldas.
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