sábado, 19 de julio de 2014

EL JOVEN PASTOR - INTROITO Y JORNADA PRIMERA. LA CARTA



INTROITO.
Vuelvo a mi bitácora después de casi diez meses de no publicar relato alguno. En realidad nada acicateaba mi imaginación hasta que, por fin, hallé la crónica que motiva la presente entrada y las subsiguientes.
Los hechos narrados ocurrieron hace más de cien años. No obstante, parte de la historia subsiste en algunos edificios que aún perduran en mi Ciudad, como la Parroquia Esperanza, perteneciente al culto metodista. Los protagonistas, lógicamente, ya no están entre nosotros y  distintas partes de esta historia debieron ser reconstruidas para una cabal comprensión de los acontecimientos aquí descritos. 

LA CARTA
 
Luego de su charla diaria con los obreros del puerto, Rudolph Campbell, se abre paso entre la muchedumbre. Debe comunicar la buena nueva a su esposa, Danielle. En su rápido andar, la triste barriada portuaria le resulta más bella que otros momentos. La sola posibilidad de iniciar una nueva vida y poder llevar las enseñanzas de la Biblia a países lejanos lo entusiasmaron en demasía al joven pastor. Repasa los viajes de Pablo de Tarso y los une con la posibilidad de predicar que, ahora, le han ofrecido en América del Sur.
Su imaginación vuela mientras, raudo, transitaba por la bulliciosa Church Street hasta su humilde casa.
A sus 25 años, la eventualidad de erigirse como pastor al frente de una parroquia, le parece maravillosa. En su camino, también memora, cuando trabajando en el taller de carpintería del viejo Seaver, resolvió estudiar profundamente las enseñanzas del reverendo John Wesley. La ardua labor que cumplía como ebanista, no fue obstáculo para que la iglesia metodista de Liverpool lo ordenara finalmente pastor. Devoto del amor y la caridad, tomó por esposa a la hija de Seaver, Danielle, con quien vivía en una zona retirada de Liverpool.
Se detiene al pié de la fuente Steble y vuelve a leer algunos párrafos de la carta que  Arthur le remitiera, pues se trata de una prueba contundente que Dios, en su infinita benevolencia, en la cual le indica el nuevo camino a seguir. 
Entra en la casa estrepitosamente y llama su esposa, mientras agita, en una de sus manos, la carta de Arthur Leight.   
Danielle lee detenidamente la extensa misiva, mientras Rudolph alza loas al Señor.  Ella también está emocionada. No importaba dejar atrás a su padre y a su querida Liverpool si Rudolph debe ponerse al frente de un rebaño de ovejas en la lejana Buenos Aires. Además, Arthur resalta que, amén de cumplir la labor religiosa, podrá instalar su propia carpintería y garantizarse su subsistencia.
Mientras ella termina de preparar el almuerzo, él sube hasta el dormitorio. Escudriña en una vieja caja de té y cuenta las libras guardadas en ella. Confía en que esos magros ahorros resulten suficientes para cubrir el costo de los billetes en la tercera clase de algún vapor que parta hacia América del Sur.
Esa misma tarde, luego de terminar diversas labores en la carpintería de Seaver, Rudolph se dirige al puerto. Recorre varias oficinas de compañías trasatlánticas en busca de los preciados billetes.
La tarde otoñal se extingue. Poco a poco las sombras cubren los viejos edificios portuarios. Más de un centenar de hombres, mujeres y niños, harapientos, sucios, malolientes,  esperan amontonados el momento de embarcar hacia nuevas tierras, hacia una nueva vida, hacia la libertad.
El joven pastor no puede dejar de apiadarse ante esa muchedumbre infeliz que clama por una mejor existencia, que pugna por huir del hambre y las penurias del sufrimiento y la explotación. A su izquierda, divisa el cartel de la Pacific Steam Navigation Company.  En la entrada, hay varias personas que pujan por un billete.  Teme en no encontrar billetes pero escucha a un agente naviero decir que, para la semana próxima, hay pasajes económicos en el vapor “Cedric”, que ha de cubrir la ruta Liverpool - Burdeos - Buenos Aires.
Rudolph vuelve a dar gracias al Señor y con el convencimiento que ello constituye un nuevo signo divino.