martes, 20 de noviembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (11va parte)

La luz de la tarde se cuela por las rendijas de una ventana. Un débil resplandor ilumina el escuálido cuchitril. Allí, los cuerpos de un hombre y una mujer yacen sobre un desprolijo camastro. Desnudos, desparramados, húmedos, entrelazados...
Una botella de ajenjo rueda en el piso.
El sudor y la absenta se combinan en ese ambiente pesado y soporífero.
Una de las pupilas entra en la habitación buscando la jarra del agua y sale sin cerrar la puerta. Vocifera, se ríe. Ocampo se levanta dando torpes pasos. La cabeza le retumba. Esa tarde el ruido del burdel le molesta. Gulnara, la prostituta que conociera en la calle Camacuá, se despereza sin ganas. Lo reclama. Enrique se vuelve hacia ella. La acaricia, besa su cuerpo trigueño de hembra joven. Desde la pasada Noche de San Juan, vive con esa parda en el cuartucho del lupanar. Cinco largos meses han pasado desde que se ganara con los naipes el derecho a convivir con ella.
Ocampo, sin dinero y sin noticias de Felicitas, se ha entregado al juego. En aquellas noches que la parda Gulnara sale a recorrer el Bajo de Montevideo, él concurre a los selectos lenocinios que regentean el Tuerto Roullier y Esculapia Aguirre. Allí, interviene en partidas de tric-trac, whist y d´écarté, las que generalmente se extienden hasta el primer albor del día. En ellas, Enrique, apuesta, juega, pierde, gana. La diosa Fortuna le permite llegar con lo justo para mantener a su hembra. Una cadenita de plata, un brazalete de oro y un mantón rojo con flores bordadas, son sólo algunos obsequios que ha conseguido para su parda. 
Enrique Ocampo se ha vuelto a recostar en la desvencijada catrera.... Piensa, recuerda, añora... Con su mano izquierda, juguetea con el pelo ensortijado de Gulnara. 
La sensual parda le propone abandonar Montevideo. Sobresaltada, le confiesa que, dos noches atrás, ha soñado con la presencia de una mujer torva, oscura, siniestra. Si miramientos, aquella espectral figura lo arrojaba a un pantano sin orillas, donde el lodo y el agua lentamente lo engullían. "Era la imagen vivita de Mandinga" exclama entre sollozos la muchacha. Enrique, que no cree en supercherías, le promete que esa noche será la última vez que irá a "Le Dieu Blue" de Roullier. Con el dinero que obtenga en el juego dejarán la ciudad por siempre.
Las horas pasan. La campana de una iglesia distante marca las diez de la noche. Enrique se ha puesto su vieja y descolorida levita gris. Acomoda su lazo al cuello y parte raudamente hacia el lupanar del Tuerto.
Con paso firme recorre las calles del Bajo de Montevideo. Unos gritos distraen su mirada perdida en el irregular empedrado. Frente a él, se alza el Templo Inglés y en sus escalinatas varios malandrines quieren sacar partida de una mujer. Ocampo desenvaina su cuchillo y se lanza al rescate de la desventurada. Hiere a uno. Los otros escapan. La mujer no es otra que Albina Casares. Trae consigo el perdón que las autoridades porteñas han otorgado a Enrique. Pero Albina también está dispuesta a rescatar para sí a su amado Ocampo y, para ello, ha venido a herirlo de muerte. Le revela una noticia que recorre la sociedad de Buenos Aires: Felicitas Guerrero será próximamente la esposa de Samuel Saénz Valiente. Enrique fuera de si, vocifera, maldice, insulta. Repentinamente encuentra la respuesta equivocada al silencio a las cartas que escribiera a  Felicitas. Su sangre hierve, su temperamento estalla. Albina puede conseguir pasajes para Buenos Aires. Urge abandonar Montevideo. Paran un carruaje. Piensa en Gulnara. No hay tiempo, el barco zarpa en poco más de una hora.
La parda, que ha presentido algo malo, sale en busca Enrique. Josefa "La Vasca", quien trabaja en un lupanar cercano, le ha dicho que, Ocampo, se ha marchado con una mujer rumbo al puerto. Ella ha visto lo ocurrido en las escalinatas del Templo Inglés. Gulnara, desesperada, corre  por las callejuelas del Bajo. Teme por la suerte de Enrique. Pide ayuda a unos pescadores pero ya es tarde. La carreta que conduce a Ocampo y Albina hasta el navió, se ha internado en el río. Gulnara grita desesperadamente. Enrique, ensimismado en iracundos pensamientos, no puede oirla. Albina se da vuelta. La parda, cubierta por su mantón rojo, cae de rodillas sobre unas rocas: ha reconocido en la acompañante de Enrique Ocampo el espectro siniestro de sus sueños.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS CORRERÍAS DEL NIETO DE JUAN MONDIOLA


La verdad que esto de Internet, me tiene embobado. Una  vuelta, Eduardo Vidal, me mostró su página. Como me viera entusiasmado, me dijo que me creara una de esas cosas que yaman blog. A mi me gusta la milonga y no se si me da el cuero para ponerme teclear todos los santos días en una máquinola. También, Eduardo me dijo que podía poner unas palabras en su blog o subir algunas de mis letras. ¡A mi me gusta escribir y hacer sonar la guitarra! Es que, junto con Chiquitín Biaggio (bandoneón), Beto Marconi (violín) y Suela Royero (flauta), tengo un cuarteto de tango...“Los Infernales del Arrabal”, igualito a esos que forjaron la yamada Vieja Guardia. Nos gustan mucho los tangazos que nacieron ayá, entre el 1900 y 1920. La letra y la milonga la hacemos nosotros. Tutto fato in casa. Los cuatro somos de Boedo,  frecuentamos  la Universidad del Tango, en la caye Agrelo, y cuando la orquesta no toca, le sacamos viruta al piso de un salón que está en la caye José Marmol.
Personalmente, yevo una vidurria senciya. Ni mis amigos ni yo estamos acoyarados. Trabajo en la oficina, ahí, en la consultora Argos,  la que está en la Av. de Mayo. Estoy con todo lo administrativo. Vivo en el barrio de Boedo, en una casa de principios del siglo pasado, cuyo patio tiene los pisos de ladriyo originales.
Los otros días me fui hasta la pieza de arriba y revolviendo bártulos, encontré un baúl con varias cosas de mi abuelo. Fotos, cartas, el poncho de vicuña y el lengue que él usaba... Todo igualito como lo dejó. Mi abuelo, Juan Mondiola, fue muy famoso en su época, al punto que fue inmortalizado en un gotán de Antonio Arona. Rebuscando en ese baúl también encontré las fotos de la Margot, de Irene y de Amalia. ¡Que churrascas! ¡Flor de pebetas para la época! Don Juan Mondiola no andaba con chirusas. Año 1932. ¡No se cómo se le piantaron estas fotografías a mi abuela Angelita! También encontré un funyi. Salvo el poncho, que por razones obvias de esta época del año no usaré, el lengue y el sombrero me los pienso poner  cuando haya que hacer sonar la orquesta, o sea, la próxima semana en un piringundín de Viya Pueyrredón. El que quiera venir me chifla y lo hago pasar gratarola.

Lorenzo Mondiola




viernes, 2 de noviembre de 2012

LA NOVIA DEL ESTANCIERO O SEA LA NOVEL HISTORIA DE FELICITAS GUERRERO DE ÁLZAGA (1Oma parte)



La gélida noche envuelve al caserón de la estancia. La leña de quebracho crepita en el hogar. Arropada en el amplio poncho de alpaca, Felicitas escucha los relatos de Samuel. Viejas leyendas de indiadas alzadas, amores furtivos y bravías batallas recorren las tierras de “San Eugenio”, la propiedad de Sáenz Valiente. Una arrobada Felicitas sigue meticulosamente las historias que Samuel le cuenta. El recuerdo de Enrique se disipa. La figura gallarda y segura del estanciero, contrasta con esa personalidad tan impetuosa y aventurera, característica de Ocampo, a raíz de la cual ha debido transcurrir tantas vicisitudes.
A través de una amplia ventana, Samuel, señala un viejo ombú. Con bellas palabras recrea la trágica historia de Aiké, la princesa tehuelche, y el sargento Palomares, quien herido en un combate entre blandengues y tehuelches, fue rescatado por su amada y conducido a través del monte hasta el añoso ombú. Bajo su frondosa copa, los amantes fueron inmolados por la indiada rebelde sedienta de sangre, jurándose ambos pasión eterna en la vida y en la muerte.
Mientras Sáenz Valiente relata, ceba unos mates. El cedrón y la miel entremezclados en la infusión ayudan a mitigar el frío nocturno. Felicitas, junto al fuego del hogar, se emociona con aquellas historias de blandengues y tehuelches, guainas enamoradas y matreros perseguidos. Es que las palabras de Samuel la envuelven, la transportan a una realidad alejada de sus angustias e incertidumbres.
Recostado sobre el marco de la ventana, mientras matea, Samuel prosigue con sus historias. La joven viuda de Álzaga, rememora como horas antes, bajo la copiosa lluvia, el providencial Saénz Valiente, guió su carruaje hasta “San Eugenio”. Se siente atraída por su salvador. Su imaginación se tuerce en un mar de sueños y anhelos, para luego volver a una dichosa realidad entre los besos y caricias del estanciero. La pareja no puede contenerse. Entre ambos estalla  un apasionamiento repentino, extraordinario, arrollador. Es como si los dos hubieran esperado ese instante. Para Felicitas, Álzaga y Ocampo ya no importan. Son anémicos espectros de un pasado que vertiginosamente se esfuma. Saénz Valiente cree que Felicitas es su real destino y que así está escrito en el camino que trazan las estrellas. Por fin, la fría noche de San Juan, ha comenzado a consumirse en la pira de la pasión voraz de Felicitas Guerrero y Samuel Saénz Valiente.